lunes, 22 de junio de 2009

Let the right one in

Nunca se había dejado llevar por los estereotipos. Muchas veces le habían dicho que era un tipo raro, pero ya estaba acostumbrado a vivir así y no daba demasiada importancia a las rarezas de aquella chica que acababa de conocer. Ahora ella se había ido lejos y él se conformaba con el mundano placer que le daba el calor del agua de la piscina cuando realizaba ese tonto conteneo con sus piernas.

Aquello había empezado como un encuentro casual, marcado por un infantil juego de desdenes. Y ahora, sin darse cuenta, la estaba idolatrando, en el fondo de una piscina. Una mano cruel y visionaria le había ayudado a ver las cosas claras. El frescor de las burbujas deslizándose por su espalda no compensaba su imperdonable falta de valentía, y por eso, estaba donde se merecía. Rodeado de nada, víctima de una mano tendida, esta vez, no para invitarle a caminar a su lado, sino para acabar con él. Víctima de sí mismo. Quizás él no era uno de ellos y merecía estar donde estaba. Quizás ése era su sitio. En el fondo. Oculto de la vista de los demás. Sin molestar.

Sabía que se hundiría en pocos segundos y lo único en que podía pensar era en todo aquello que pudo haber tenido y de que decidió prescindir sin darse cuenta. Recordaba la frase de Platón de que "nadie puede envidiar aquello que no conoce". No estaba de acuerdo. Envidiaba aquello que tuvo tan cerca y no supo tener. Es muy cruel. Lo más crudo de matar a alguien no es quitarle todo lo que tiene, sino aquello que puede llegar a tener. Matar sus sueños. No podía creer que todo aquello moriría en el olvido. Maldecía la incorporeidad de los sentimientos. Se hundirían con él por no haber sabido plasmarlos. Harto de que la gente le vendiese la moto con eso de que tenía toda una vida por delante. Cuando empezaba a fijar las plantas de su nueva vida, ésta le daba la espalda.

martes, 16 de junio de 2009

Desde arriba


En pocos días, Don A ha pasado de Madrid a Vigo, del estrés de pensar que podría tener alguna enfermedad importante a la tranquilidad de recuperar su vista y poder disfrutar de ella. De la desesperación de no encontrar trabajo a encontrar uno. Aquél había sido uno de esos pocos momentos, fútiles par muchos, vitales para él, que se llevaría a la tumba. Porque en momentos así uno descubre de qué pasta están hechas algunas personas. Los tornas habían cambiado y uno de sus dos grandes objetivos para ese verano ya se había cumplido. Lo que no mata debería hacernos más fuertes. Ha merecido la pena.

lunes, 8 de junio de 2009

El luchador...

A pocas horas del viaje. La sola compañía de la música que tímidamente salía del fonógrafo. Sin prisa por irse a cama. En parte se alegraba por salir de esa su isla particular. A muchos no les gustan las despedidas, pero a él sí. No sabía por qué. Por eso de tener algo que recordar, suponía. Echaba en falta también alguna llamada, pero quizás ése nunca fue su sitio y era mejor irse. Sabía, o quería creer, que en 24 horas dejaría de pensar en esas cosas. No dejaba de pensar en aquella frase de la película, cuando el hombre aconsejaba que a veces es mejor vivir en la ignorancia que descubrir la verdad, o mejor huir que adentrarse en lo desconocido. Algo así, no recordaba bien. Luego también recordó la cara de desaprobación del demacrado anciano tras oír la frase. Entonces, él se sonrió de medio lado, con la mirada perdida, ilusionado por la posibilidad de vivir un sueño y preocupado por la posibilidad de perder a un amigo. Se entretuvo con las últimas gotas del hoy insípido zumo de tomate con que todas las noches cerraba los días. Hacía muchos días que no disfrutaba de una comida y pocas horas que sí lo hacía de una bebida. Lo sé, es vergonzoso.