viernes, 30 de enero de 2009

El mismo amor, la misma lluvia


Últimamente no dejo de oir día tras día la misma cantinela. Hay pocas conversaciones que aborrezca más que las de índole meteorológico. Todos los veranos oigo que "este calor no lo recuerdo yo igual en mi vida" y todos los inviernos, como éste, llegan a mis oídos constantes quejas sobre el mal tiempo que hace, la incesante y molesta lluvia y el incisivo frío que nos aflige. No sé. A mí no me molesta el frío. Si fuese algo malo, perdón por lo simplista de mi comentario, pero cómo viviría un ciudadano en la estepa rusa. ¿Con una permanente tristeza? ¿Da el buen tiempo la felicidad? ¿O es sólo el hecho de que el mal tiempo nos empuja a recluirnos en nuestra casas y así ver reducidas nuestras posibilidades de socialización? Yo creo que todos los años hace el mismo frío y el mismo calor, pero nos afecta de distinta manera, en función de nuestro humor, de nuestro estado anímico. Un optimista quizás pueda pensar que la lluvia es bella, quizás disfruta viendo las gotas resbalar por la ventana y escuchando el leve golpeteo de las mismas sobre el alféizar. Quizás haya gente que no se asusta por el ulular del viento y lo prefiero al silencio de su soledad. O quizás, simplemente haya gente que disfruta, cuando en medio de la ciudad, en vez de abrirse las aguas para que pase la gente, se invierte el milagro y son las aguas las que espantan a la gente, que escapa temerosa, en vez de disfrutar de, quizás, el único momento en que entran en contacto directo con la naturaleza. No sé. Supongo que sé trata sólo de optimistas, gente que tiene el don de sentir como especial lo aparentemente banal, de ver la belleza de donde otros apartan la mirada. Hay gente que especial, yo conozco a alguno, gente que se ríe cuando por dentro se muere, porque sólo necesita una sonrisa ajena para calmar el dolor propio. Son magos que logran hacer lo que tantas veces vimos en los anuncios de Fairy: con una gota, espantan a todo un océano. A menudo estas personas pasan desapercibidas, pero jamás se olvidan y recurrimos a ellos cuando más fuerte es la tormenta. Les necesitamos cerca, aunque no necesitamos recurrir a ellos porque tienen otro don: huelen el sufrimiento y acuden presto a sacar su chistera y montar el tenderete para hacernos reír otra vez, por lo menos hasta la próxima primavera. ¿Por qué ya nadie chapotea?

1 comentario:

Paula G. Montes MARIPOSA EN METAMORFOSIS dijo...

muy bonito, como siempre....y yo sí chapoteo...un día hice esa misma reflexión (tenemos muchas refelxiones en común, eh???) caminando hacia mi casa, al mediodía, empezó a llover y mi reacción humano habitual y socializado fue correr hacia donde podía resguardarme...no sé si entró un maravilloso "sentido común" en mí o una ráfaga de locura...pero lo cierto es que me dije: qué carai...vamos a disfrutar de esta lluvia igual que disfruto del soleil...el resto fue llegar a mi casa como si me hubiese metido en una piscina...completamente empapada...mi madre se quedó alucinada, pero yo recuerdo POCOS MOMENTOS de SENTIRME TAN VIVA...fue GENIAL....

(al final van a tener razón mis amigas que votan por una camisa de fuerza como regalo más recomendable pál cumple....)