Línea de salida. Aproximadamente 20 hombres, listos para competir por un solo puesto, el primero. Miento. 5 ó 6 hombres listos para competir por el primer puesto; 6 hombres en la cola, renuncian a luchar siquiera por el podio con tal de no sufrir, no sudar, y así no tener que pasar por la ducha antes de la clase de matemáticas; 3 hombres vestidos de calle, discuten sobre la fórmula correcta: una dice que es -b +,- la raíz cuadrada de "b" al cuadrado - no sé qué más. Los otros dos, con gafas de pasta, adoleciendo de cierta miopía galopante y con un par de lápices sobresaliendo del bolsillo de su ajada camisa a cuadros, se incorporan en la postrera fila de corredores tras guardar sus respectivas calculadoras. El resto intentan escapar del temido profesor aduciendo torpemente molestias en distintas partes de su cuerpo. Ya sabe/n, querido/s lector/es a qué me refiero con torpemente. Sí. Lo típico. Decir que tienes un esguince en el tobillo derecho mientras cojeas de la otra pierna y cosas por el estilo. Nuestro héroe ya había pasado por villano y antes era uno de estos últimos, antes, claro está, de asir con firmeza el cetro de su viril dignidad. Pocos segundos después, se incorporaban después algunas chicas detrás de los intelectuales antes mencionados. Entre ellas, ELLA. Don A no la vio, pero, a veces, el amor despide un aroma inquieto fácilmente perceptible por aquellos a quienes une. El Rey A se sonríe. Mirada baja. Manos sudorosas. Su corazón habla, susurra, palabras perceptibles pero incomprensibles. No tienen sentido pero cree conocer su significado y su origen. Mira hacia atrás. Jamás olvidará los dos segundos previos a la mirada, sabiendo que sus miradas se cruzarían por vez última antes de reencarnarse en Zeus y lucir con descaro la corona que echaría a sus pies a sus imberbes e ingenuos compañeros que hasta sólo le consideraban uno más. Quizás ni eso. Del momento en que esas miradas se unieron no puedo escribir nada, pues, creo, todavía no se han creado las palabras exactas que puedan describir el paroxismo del momento vivido. Sólo decir que según algunos libros de historia se considera a este momento el comienzo del "Der Neue Romantik" o Nuevo Romanticismo, como dirían ustedes los españoles. El caso es que nuestro admirado maestro del cortejo dejaba atrás largos años de baldías esperanzas amatorias y gozaba ahora de la nueva categoría alcanzada. A falta de disparo, se elevó el brazo de nuestro amigo maestre de la educación que llaman física. Acto seguido, se bajó el brazo. Eso quería decir que la carrera comenzaba. Estaba don A a sólo 4 vueltas del trofeo más laureado. Primeros metros, pecho fuera, rodillas en alto, como había visto a Fermín Cacho un par de años antes. Todo marchaba bien. En primera línea de carrera. A su derecha, don C, excelente atleta, tildado de "hombre perfecto" por algunas féminas y, por qué no decirlo, por unos cuantos varones. A su izquierda, don R, el otrora enfant terrible del colegio, ahora reconvertido en hombre de bien y empecinado en hacer carrera en el mundo del deporte. Don A empezó a tantear la posibilidad de no ganar, dado que jamás había quedado entre los 15 mejores de su clase y, hasta entonces, se conformaba con no ser superado por más de 2 mujeres. Al doblar la curva volvió a ver su anhelada amada. De nuevo, el tiempo parece ir más lento. Cámara lenta. El dócil rostro de la sin par doncella no hace sino insuflarle más fuerza aún, pensando en que ya estaba sólo a 1.200 metros de acurrucarla entre sus brazos, cuando se rinda a los laureles del nuevo campeón. Don C le sonríe con mala intención e intenta, tan socarrona como inútilmente, bajar los ánimos de nuestro admirado Coloso, quien aprovecha para hacer de liebre en el escenario de su renacimiento. 1.000 metros. "Carros de fuego" suena en la cabeza del señor A. "Eye of the tiger" y finalmente unos versos que rezan "tu piel morena sobre la arena". Algo falla, pierde velocidad. No comprende qué ocurre hasta que ve a dos jóvenes de peculiar facha sosteniendo uno de esos llamados "loros" al tiempo que se contonean reproduciendo algo parecido a un baile. Don R le pasa, y don C también. Don A, inasequible al desaliento, lejos de venirse abajo, alarga su zancada y saca fuerzas de flaqueza para igualar a los dos deportistas-modelos. Choca su hombro con el de uno de ellos, en señal de reto. 500 metros. Empieza a faltarle el aire mientras a Don R parece hacerle gracia el cansancio de nuestro incansable amigo. Don A dobla a don D, su fiel amigo con quien tantas veces había compartido, obviamente, en el pasado, la cola de otras tantas carreras. A don D no parece alegrarle el nuevo estado de forma mostrado por don A y le dirige una mirada de desprecio que parecía decir: ve, corre y ve con los tuyos, don Ganadorcillo, que no siempre triunfa el que primero llega. Don A baja la mirada dudando de quién es y de quién quiere ser realmente, pero, de nuevo, se cruza con nuestra dama, a quien mira, durante el tiempo justo, pues quedaba poco para la línea de meta. "Ya tendré tiempo para ella. Toda la vida, espero". A tan solo 300 metros se hallaba el Edén. Recta final. Don A es tercero. Saca fuerzas donde nunca antes había habido. Le sorprende que nadie jalee su nombre, ni siquiera el alumno lesionado, quien, apoyado en sus muletas seguía con sorprendente desdén la carrera. 200 metros. Todavía tercero. Mira atrás. Se acercan corredores. 100 metros. Su distancia preferida. No es que se le diese especialmente bien, pero era la más acorde a su constitución física, a pesar de ser pulverizado por varios de sus colegas en numerosas ocasiones. Adelante muchacho. Ahora o nunca. Ganador o perdedor. Sólo el primero vence. Alentado por su nuevo amor, el joven A se lanza a la conquista del éxito. Llega a la altura de sus compañeros, que parecen sorprendidos de verle de nuevo. 50 metros. Ahí está la meta. El profesor, Alonso de nombre, le mira con una cara de extraña que no sabe don A cómo interpretar, si de estupefacción o de admiración, quizás una mezcla de ambas. Por fin... Ha merecido la pena. Don A alcanza los 1.500 metros exhausto. No es como imaginaba. No sonaban trompetas ni clarines. Sólo la voz del tullido quien le gritó "son los 3.000, faltan 4 vueltas". No podía ser. Se le nubló la vista mientras veía pasar a Don C y Don R, quienes le regalaron su mejor risotada. Alonso asentía,decepcionado, viendo como los pasos de Don A eran cada vez más cortos. Poco a poco le vas pasando sus compañeros, incluido don D, quien le mira con desaprobación a la vez que mueve la cabeza horizontalmente, para luego, animarle a correr a su lado. Minutos después llega nuestro triste amigo a la meta. Tras él, un asmático, dos chicas, un tullido, un señora con una barra de pan bajo el brazo, un anciano que acompañó a su nieto los últimos metros y un fotógrafo. El fotógrafo, quien años más tarde se sabría que era el padre de don C, corría para sacar instantáneas de su heroico hijo, quien años después sería portada de la revista "Emprendedores" y "Gentleman". Nuestro derrotado amigo se acerca, poco convencido a su joven admiradora. Ella, poco sorprendentemente le rehúye con cara de lástima para lanzarse a los brazos de, no puede ser, tierra trágame, de don C. ¡Rayos! Del todo a la nada en 3.000 metros. Su más preciado trofeo había sido arrebatado por su más acérrimo y odiado enemigo. Adiós orgullo, hasta la vista dignidad, qué hay de nuevo, vergüenza. Las únicas mujeres que le acompañarían hasta el vestuario serían Doña Derrota y Doña Humillación. Don A se lleva las manos a la cadera mordiéndose el labio inferior y mirando al cielo mientras niega con la cabeza. Don D es ahora quien le pone la mano en el hombro. Don A le devuelve el gesto y se marchan juntos al vestuario. Don D intenta aliviar la herida con una serie de gracejos que llegan a hacer desternillarse a nuestro otrora héroe. Don A nunca fue un corredor de fondo.
Esta historia está basada en hechos reales.