martes, 31 de marzo de 2009

La soledad del corredor de fondo


1994 ó 1995. Era una tarde primaveral cualquiera. Lucía el Sol en el colegio Apóstol Santiago de Vigo. Pasaban quizás 10 minutos desde que había dado comienzo la clase de educación física. Al señor A no le agradaban demasiado esas clases, pues, el afable anciano que las impartía parecía obsesionado con fabricar corredores de fondo para prolongar el legado de nuestros héroes de Barcelona 92. Para el señor A eran un auténtico suplicio estas clases, pues, a nuestro héroe, lejos de ser el prototipo de maratoniano perfecto, le recorría la espalda un frío aterrador cada vez que se rumoreaba que él y sus compañeros estaban obligados a correr una distancia superior a los 1.500 metros. Eterna odisea, cruel castigo para un joven que no había nacido para correr, sino para cotas más elevadas, como en el futuro, ya anciano, demostraría. Pero no adelantemos acontecimientos. Aquella soleada tarde el señor A se sentía extrañamente optimista. Se veía bien. Acababa de descubrir un curioso ungüento que servía para fijar el pelo a la vez que producía un efecto mojado, vulgarmente conocido como "gomina" que creía, aquí es justo decir que tal vez sólo él así lo creía, le hacía más interesante y sexy. La camiseta, blanca, resplandecía cegando a sus compañeros más populares y atrayendo las miradas de gran parte de las zagalas que con él compartían aquella jornada lúdico-deportiva. Algunos de los más valientes y avezados deportistas de su clase discutían en círculo sobre qué distancia preferían correr aquella tarde. Algunos, los más temerarios, optaban por las temidas distancias magnas: que si 3.000 metros, que si 5.000. Hasta un aterrador 10.000 pareció oír nuestro valiente héroe desde la lontanaza. Un tremendo escalofrío arredró, súbitamente, al joven señor A. Sus compañeros se rieron de él de forma cruel y petulante. ¡Cerdos déspotas! - musitó... Con la mirada perdida, viró hacia la pétrea fuente de la que emanaba la suficente cantidad de agua que le sirvió para recuperar el sentido. Mientras sorbía las últimas gotas, creyó oír un grito que rezaba ¡1.500!. La trémula y entrecortada voz del anciano distaba de parecer reconfortante y le sentó como si alguien gritase "fuego" mientras toda una hilera de soldados apuntaban al poste al que estaba atado o como si una voz le permitiese decir sus últimas palabras antes de ver separaba su cabeza del resto de su cuerpo, víctima del afilado filo de una contundente guillotina. Don A volvió en sí al notar como, todavía quedo, apoyado en la fuente de la que aún caían las últimas gotas de su esperanza, una blanquecina y delicada mano se posaba sobre su hombro. Sorprendido, miró a su derecha y pudo observar una belleza innúmera como jamás había visto en sus cortos pero intensos 16 años de vida. La dama de la que se había prendado desde hacía meses, le preguntó si iba a correr esa tarde. Él, atónito, pues eran las primeras palabras con las que le obsequiaba su amada, tras un largo titubeo, le asestó: "ppp, pues claro, vaya si los correré, sólo son 1.500 metros, a ver si gano esta vez". Ella le deseó mucha suerte mientras le dejaba atrás pasándole levemente la mano por su espalda mientras se dirigía al corro formado por sus amigas. Mientras éstas le comentaban algo, no sin cierta picardía, por lo bajinis, nuestro nuevo superhombre, henchido el pecho palomo regalaba a nuestra ninfa un poderosa mirada de metal a la vez que brindaba su mejor sonrisa ladeada al más puro estilo "Johnny Cash" o "Harry Callahan" mientras a un compañero le pareció el momento oportuno para bajarlo los pantalones. Ella se alejaba mientras él pensaba: "Si se da la vuelta, es que me ama". Así fue. Fueron los únicos segundos de su vida que pasaron a cámara lenta. Tras poner Don A los pantalones en su sitio, Ella se giraba lentamente, a la vez que su lacio cabello escondía una tímida mirada que espiraba un glauco halo sólo superado por la celestial luminosidad de su encandiladora sonrisa. Nadie ya podría pararle. En ningún momento se había parado a pensar que él era un tipo lento y que jamás podría ganar esa carrera. Aquél era su momento y nada ni nadie podría estropearlo.....
Línea de salida. Aproximadamente 20 hombres, listos para competir por un solo puesto, el primero. Miento. 5 ó 6 hombres listos para competir por el primer puesto; 6 hombres en la cola, renuncian a luchar siquiera por el podio con tal de no sufrir, no sudar, y así no tener que pasar por la ducha antes de la clase de matemáticas; 3 hombres vestidos de calle, discuten sobre la fórmula correcta: una dice que es -b +,- la raíz cuadrada de "b" al cuadrado - no sé qué más. Los otros dos, con gafas de pasta, adoleciendo de cierta miopía galopante y con un par de lápices sobresaliendo del bolsillo de su ajada camisa a cuadros, se incorporan en la postrera fila de corredores tras guardar sus respectivas calculadoras. El resto intentan escapar del temido profesor aduciendo torpemente molestias en distintas partes de su cuerpo. Ya sabe/n, querido/s lector/es a qué me refiero con torpemente. Sí. Lo típico. Decir que tienes un esguince en el tobillo derecho mientras cojeas de la otra pierna y cosas por el estilo. Nuestro héroe ya había pasado por villano y antes era uno de estos últimos, antes, claro está, de asir con firmeza el cetro de su viril dignidad. Pocos segundos después, se incorporaban después algunas chicas detrás de los intelectuales antes mencionados. Entre ellas, ELLA. Don A no la vio, pero, a veces, el amor despide un aroma inquieto fácilmente perceptible por aquellos a quienes une. El Rey A se sonríe. Mirada baja. Manos sudorosas. Su corazón habla, susurra, palabras perceptibles pero incomprensibles. No tienen sentido pero cree conocer su significado y su origen. Mira hacia atrás. Jamás olvidará los dos segundos previos a la mirada, sabiendo que sus miradas se cruzarían por vez última antes de reencarnarse en Zeus y lucir con descaro la corona que echaría a sus pies a sus imberbes e ingenuos compañeros que hasta sólo le consideraban uno más. Quizás ni eso. Del momento en que esas miradas se unieron no puedo escribir nada, pues, creo, todavía no se han creado las palabras exactas que puedan describir el paroxismo del momento vivido. Sólo decir que según algunos libros de historia se considera a este momento el comienzo del "Der Neue Romantik" o Nuevo Romanticismo, como dirían ustedes los españoles. El caso es que nuestro admirado maestro del cortejo dejaba atrás largos años de baldías esperanzas amatorias y gozaba ahora de la nueva categoría alcanzada. A falta de disparo, se elevó el brazo de nuestro amigo maestre de la educación que llaman física. Acto seguido, se bajó el brazo. Eso quería decir que la carrera comenzaba. Estaba don A a sólo 4 vueltas del trofeo más laureado. Primeros metros, pecho fuera, rodillas en alto, como había visto a Fermín Cacho un par de años antes. Todo marchaba bien. En primera línea de carrera. A su derecha, don C, excelente atleta, tildado de "hombre perfecto" por algunas féminas y, por qué no decirlo, por unos cuantos varones. A su izquierda, don R, el otrora enfant terrible del colegio, ahora reconvertido en hombre de bien y empecinado en hacer carrera en el mundo del deporte. Don A empezó a tantear la posibilidad de no ganar, dado que jamás había quedado entre los 15 mejores de su clase y, hasta entonces, se conformaba con no ser superado por más de 2 mujeres. Al doblar la curva volvió a ver su anhelada amada. De nuevo, el tiempo parece ir más lento. Cámara lenta. El dócil rostro de la sin par doncella no hace sino insuflarle más fuerza aún, pensando en que ya estaba sólo a 1.200 metros de acurrucarla entre sus brazos, cuando se rinda a los laureles del nuevo campeón. Don C le sonríe con mala intención e intenta, tan socarrona como inútilmente, bajar los ánimos de nuestro admirado Coloso, quien aprovecha para hacer de liebre en el escenario de su renacimiento. 1.000 metros. "Carros de fuego" suena en la cabeza del señor A. "Eye of the tiger" y finalmente unos versos que rezan "tu piel morena sobre la arena". Algo falla, pierde velocidad. No comprende qué ocurre hasta que ve a dos jóvenes de peculiar facha sosteniendo uno de esos llamados "loros" al tiempo que se contonean reproduciendo algo parecido a un baile. Don R le pasa, y don C también. Don A, inasequible al desaliento, lejos de venirse abajo, alarga su zancada y saca fuerzas de flaqueza para igualar a los dos deportistas-modelos. Choca su hombro con el de uno de ellos, en señal de reto. 500 metros. Empieza a faltarle el aire mientras a Don R parece hacerle gracia el cansancio de nuestro incansable amigo. Don A dobla a don D, su fiel amigo con quien tantas veces había compartido, obviamente, en el pasado, la cola de otras tantas carreras. A don D no parece alegrarle el nuevo estado de forma mostrado por don A y le dirige una mirada de desprecio que parecía decir: ve, corre y ve con los tuyos, don Ganadorcillo, que no siempre triunfa el que primero llega. Don A baja la mirada dudando de quién es y de quién quiere ser realmente, pero, de nuevo, se cruza con nuestra dama, a quien mira, durante el tiempo justo, pues quedaba poco para la línea de meta. "Ya tendré tiempo para ella. Toda la vida, espero". A tan solo 300 metros se hallaba el Edén. Recta final. Don A es tercero. Saca fuerzas donde nunca antes había habido. Le sorprende que nadie jalee su nombre, ni siquiera el alumno lesionado, quien, apoyado en sus muletas seguía con sorprendente desdén la carrera. 200 metros. Todavía tercero. Mira atrás. Se acercan corredores. 100 metros. Su distancia preferida. No es que se le diese especialmente bien, pero era la más acorde a su constitución física, a pesar de ser pulverizado por varios de sus colegas en numerosas ocasiones. Adelante muchacho. Ahora o nunca. Ganador o perdedor. Sólo el primero vence. Alentado por su nuevo amor, el joven A se lanza a la conquista del éxito. Llega a la altura de sus compañeros, que parecen sorprendidos de verle de nuevo. 50 metros. Ahí está la meta. El profesor, Alonso de nombre, le mira con una cara de extraña que no sabe don A cómo interpretar, si de estupefacción o de admiración, quizás una mezcla de ambas. Por fin... Ha merecido la pena. Don A alcanza los 1.500 metros exhausto. No es como imaginaba. No sonaban trompetas ni clarines. Sólo la voz del tullido quien le gritó "son los 3.000, faltan 4 vueltas". No podía ser. Se le nubló la vista mientras veía pasar a Don C y Don R, quienes le regalaron su mejor risotada. Alonso asentía,decepcionado, viendo como los pasos de Don A eran cada vez más cortos. Poco a poco le vas pasando sus compañeros, incluido don D, quien le mira con desaprobación a la vez que mueve la cabeza horizontalmente, para luego, animarle a correr a su lado. Minutos después llega nuestro triste amigo a la meta. Tras él, un asmático, dos chicas, un tullido, un señora con una barra de pan bajo el brazo, un anciano que acompañó a su nieto los últimos metros y un fotógrafo. El fotógrafo, quien años más tarde se sabría que era el padre de don C, corría para sacar instantáneas de su heroico hijo, quien años después sería portada de la revista "Emprendedores" y "Gentleman". Nuestro derrotado amigo se acerca, poco convencido a su joven admiradora. Ella, poco sorprendentemente le rehúye con cara de lástima para lanzarse a los brazos de, no puede ser, tierra trágame, de don C. ¡Rayos! Del todo a la nada en 3.000 metros. Su más preciado trofeo había sido arrebatado por su más acérrimo y odiado enemigo. Adiós orgullo, hasta la vista dignidad, qué hay de nuevo, vergüenza. Las únicas mujeres que le acompañarían hasta el vestuario serían Doña Derrota y Doña Humillación. Don A se lleva las manos a la cadera mordiéndose el labio inferior y mirando al cielo mientras niega con la cabeza. Don D es ahora quien le pone la mano en el hombro. Don A le devuelve el gesto y se marchan juntos al vestuario. Don D intenta aliviar la herida con una serie de gracejos que llegan a hacer desternillarse a nuestro otrora héroe. Don A nunca fue un corredor de fondo.

Esta historia está basada en hechos reales.

3 comentarios:

estefanía vázquez dijo...

Muy bueno!!
ya sé por qué no lo entendía, al principio A me indicaba demasiados nombres Alonso, Afonso, ...
pero ya me situé y recordé, aquellos maravillosos años... bueno, en mi caso, año.
Me identifico con el sentimiento inicial pero al final, qué bien me sentía yo al final... a veces me gustaría tener a un A aqui que me hiciese ponerme a correr 3000 metros todos los días :)
me gustó mucho la historia...si es real admiro tu memoria! con esa memoria serás un gran abuelito matthew ;)

Ignatius J. Reilly dijo...

Gracias, Pero no es real. Bueno, sólo en parte. Lo único que es real es que una vez corrí los 3.000 pensando que eran 1.500 y cerca de la meta de dijeron lo que pasaba y me derrumbé un poco porque estaba entre los primeros. Pero la historia de la chica, de mi archienemigo y el resto me lo inventé para darle un poco más de chicha.

estefanía vázquez dijo...

:) muy bueno, como siempre!