domingo, 10 de mayo de 2009




"Caballeros, voy a contarles un secreto", comenzó su alocución. "Hace apenas dos meses, me consideraba el hombre más infeliz del planeta. Miraba a mi alrededor y no encontraba motivos para albergar esperanzas. Las imágenes que provocaban risa ya distaban demasiado en el tiempo y comenzaban a representarse un tanto difusas. He pasado demasiado tiempo sin reírme, víctima de la mala fortuna, y tras superar ese etapa de agobio existencial sin ver mejorar mi estado, acabé acomodándome en una ataraxia insana que ha hecho de mí un cerdo autómata que nada sentía ni padecía. Nunca he creído en esas bobadas de la ley de la atracción. Siempre consideré esas teorías delirios fanfarrones de nuestro inquieto y aburrido pueblo socialista. Pero he de reconocer algo. Creo en el equilibrio. Y sé que a veces compensa pasar 10 años de tortura para disfrutar de un pequeño triunfo. Porque ese día puede durar mucho más tiempo en nuestro recuerdo. Y ese recuerdo no necesita ser representado por una simple imagen. Asi, la semana pasada, calmé el tedio de mi inexistencia, repasando las fotos de mi juventud. Es curioso cómo una ilusión puede representar tan fielmente una realidad pasada. Cómo un insignificante instante puede significar tanto para alguien. Cerré con fuerza los dos ojos a la vez para retener la imagen antes de apagar la luz. Una vez a oscuras, parpadeé repetidas veces, conservando aún pequeños detalles lumínicos del aquel feliz momento. Mi memoria hizo el resto. Como les dije, creo, desgraciadamente, en el equilibrio, el yin y el yan. Es necesario que unos sufran para que otros se diviertan. Todavía no comprendo del todo por qué, pero así parece ser, por muy injusto que me parezca. Al término de mi ejercicio foto-mental salí, como todos los días, a dar un paseo. Salí en busca de nada, todavía con la estúpida sonrisa pintada en la cara por el magnífico pincel de mi benévola memoria. Fue entonces cuando sentí aquello por vez primera en mis 10 años de penitencia. Fue un breve instante. No acostumbraba a salir de casa con una tonta sonrisa en mi cara. Mucho menos me esperaba que alguien más se contagiese del perfume de aquélla y sintiese curiosidad por su origen. Quién sabe, a veces la vida te brinda una segunda oportunidad. Sólo puedo decirles que mi larga espera ha merecido la pena y que desde entonces me río solo muy frecuentemente, no me incomodan los silencios, de hecho, muchas veces me mueven a risa, por lo ridículo de la sensación. Escucho y veo cosas que antes no percibía, no me inquieta la soledad, ni necesito luz para dormir. Incluso, a veces, no salgo solo a pasear.

2 comentarios:

Alnitak dijo...

Y qué daría tanta gente por esos instantes, sean de lo que sean y duren lo que sean...

estefanía vázquez dijo...

le informamos señor matthew, que incumple usted el código excediéndose en palabras.
de todas formas le felicito por otra buena pieza de post.(q seriedad ;)