miércoles, 6 de mayo de 2009

Todo es para bien

Lou recordaba las grandes tardes del pasado. Por un lado, superficies verdes, aguas transparentes, inocencia ahora perdida (entonces ignorada, aunque disfrutada), noches sin mentiras, sonrisas sinceras, decir todo lo que te pasa por la cabeza, correo ordinario, deporte, dibujos animados, videoconsolas, la primera chica, los primeros indicios de bello facial, las primeras diotrías, el mar, las pozas, pescar en familia, la Familia, algunos que ya no están, carcajadas, tonteos, amagos de peleas, televisión en blanco y negro, bocadillos de nocilla para todos, fiestas con mediasnoches y fanta, cantar sin pasar vergüenza, no preocuparse por el futuro, no preocuparse por ser responsable, hacer planes, ver factibles los sueños, pensar qué ser de mayor, juegar a lanzar ondas vitales, tratar a las chicas como si fueran chicos, no saber cómo tratarlas, gritar, recibir cachetes, bofetadas (pocas y justificadas), risas sin motivo, abrazos y besos sin vergüenza, balonazos, caídas que no duelen, descuido, rechazo a la imagen, valores, amistad, lealtad. También podría recordar algunas cosas malas, pero aunque esas cosas seguramente le habrían marcado profunda y definitivamente, tenía gran facilidad para olvidarse, o por lo menos, para no pensar mucho en ellas y quizás haberlas sustituido por otras que sí le servían para sentirse bien, tal vez porque le ayudaban a conciliar el sueño y convencerse a si mismo de que lo que una vez le llenó de ganas vivir podría volver a ocurrir y que no había motivo para no creer en ello. El mundo es muy grande y el ser humano más. Unas veces la rueda está arriba y otras abajo. La única incógnita es a qué velocidad se mueve la rueda y cuánto tardaría en dar media vuelta más. Una cosa tenía clara, tenía que poner algo de su parte. Y cuando volviese a ver una luz, no debía apartar la mirada por el miedo a ser cegado, sino que debería arriesgarse a quedarse ciego, ya que a veces se ve mejor así. A veces, en la soledad de su escritorio y con su máquina de escribir como única compañía recordaba con melancolía aquellos no tan maravillosos años, que, curiosamente casi coincidían con sus mejores y lejanas edades. Bajaba la cabeza, sentía un ligero vacío, un agridulce dolor y luego se sonreía pensando que quizás gracias a todo eso él era quien es. Luego se preguntaba si es mejor ahora que antes, si mereció la pena. Por supuesto que no. Pero qué demonios. Shit happens, y si happens, por algo será, o quizás por nada, y si esto así fuere, entonces no merecía la pena pensar en ello. Y así se pasaban las horas baldías hasta que algo importante le pasaba, algo en lo que ocupar su tiempo y no perderlo aporreando las teclas de su vieja amiga que ya pedía a gritos una merecida jubilación. Se rascó la barba, se tumbó en el sofá y curiosiamente se sentía bien. Sabía que el equilibrio es necesario y justo. Tenía que sufrir para luego divertirse. El problema es que cuando se divertía no se solía preparar para cuando los malos tiempos viniesen. No. Uno no piensa en eso. Simplemente disfruta del tiempo ganado. Se preguntaba hasta qué punto uno es víctima de sus obras y hasta qué punto puede forjarse un futuro, edificar una vida hecha a su medida. Cuánto había de aleatorio y cuánto de consecuente en nuestras obras. Se preguntaba tanto y tan pocas respuestas obtenía que enseguida se quedaba dormido. Además, sabía perfectamente que al día siguiente no recordaría nada de esas vagas reflexiones que a nada llevaban. Sabía que había algo que era fundamental y que le permitía conciliar el sueño perfectamente los días que el llamaba "afortunados". Había dado con su particular Diosa Fortuna y se alegraba por ello. Sin darse cuenta se había rodeado de gente que le insuflaba de aquello de lo que precisamente últimamente andaba un tanto escaso. Empezaba a valorar lo importante que es rodearse de gente mejor que uno mismo. Quién sabe, quizás él, sin darse cuenta, también estaba ayudando a alguien a conciliar mejor el sueño. Buenas noches.

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