martes, 24 de noviembre de 2009

domingo, 8 de noviembre de 2009

¿?

De la ópera, directamente al jacuzzi. Tocado por la inspiración. El deseo de plasmar en papel regueros de tinta sin demasiado significado. Escribir por escribir. Sin necesidad de explicar. Por primera vez había hecho caso al horóscopo. Le quedaba poco para terminar de escribir lo que tantas veces intentó y nunca supo cómo. Paquetes de tabaco, una cinta VHS de "furia de titanes" y algunos vasos vacíos adornaban su mesa. Sus 90 kilopondios empezaron a desperezarse y a emerger del fondo de su nido particular. Era el comienzo del fin. Y era feliz.

sábado, 22 de agosto de 2009

Let Your Soul Be Your Pilot



Let your soul be your pilot
Let your soul guide you
He'll guide you well

When you're down and they're counting
When your secrets all found out
When your troubles take to mounting
When the map you have leads you to doubt
When there's no information
And the compass turns to nowhere that you know well

Let your soul be your pilot
Let your soul guide you
He'll guide you well

When the doctors failed to heal you
When no medicine chest can make you well
When no counsel leads to comfort
When there are no more lies they can tell
No more useless information
And the compass spins
The compass spins between heaven and hell

Let your soul be your pilot
Let your soul guide you
He'll guide you well

And your eyes turn towards the window pane
To the lights upon the hill
The distance seems so strange to you now
And the dark room seems so still

Let your pain be my sorrow
Let your tears be my tears too
Let your courage be my model
That the north you find will be true
When there's no information
And the compass turns to nowhere that you know well

Let your soul be your pilot
Let your soul guide you
Let your soul guide you
Let your soul guide you upon your way...

Let your soul be your pilot (Sting)

lunes, 10 de agosto de 2009


And you lost sight on me
Whilst the wind it blows so, cold wind
As if I disappeared
To thin, breathless air,
Drinking, bittersweet
And sometimes it seems
That you lost sight on me

And don't lead me on
And don't break my heart
You know it's breakable
You know it's sweet

And what shall I do
When it finally crumbles away
Pick up all these years
That I seen myself throw away
To where I know it will be safe
From all your broke
All your broken hearts

Micah P. Hinson & The gospel of progress

lunes, 22 de junio de 2009

Let the right one in

Nunca se había dejado llevar por los estereotipos. Muchas veces le habían dicho que era un tipo raro, pero ya estaba acostumbrado a vivir así y no daba demasiada importancia a las rarezas de aquella chica que acababa de conocer. Ahora ella se había ido lejos y él se conformaba con el mundano placer que le daba el calor del agua de la piscina cuando realizaba ese tonto conteneo con sus piernas.

Aquello había empezado como un encuentro casual, marcado por un infantil juego de desdenes. Y ahora, sin darse cuenta, la estaba idolatrando, en el fondo de una piscina. Una mano cruel y visionaria le había ayudado a ver las cosas claras. El frescor de las burbujas deslizándose por su espalda no compensaba su imperdonable falta de valentía, y por eso, estaba donde se merecía. Rodeado de nada, víctima de una mano tendida, esta vez, no para invitarle a caminar a su lado, sino para acabar con él. Víctima de sí mismo. Quizás él no era uno de ellos y merecía estar donde estaba. Quizás ése era su sitio. En el fondo. Oculto de la vista de los demás. Sin molestar.

Sabía que se hundiría en pocos segundos y lo único en que podía pensar era en todo aquello que pudo haber tenido y de que decidió prescindir sin darse cuenta. Recordaba la frase de Platón de que "nadie puede envidiar aquello que no conoce". No estaba de acuerdo. Envidiaba aquello que tuvo tan cerca y no supo tener. Es muy cruel. Lo más crudo de matar a alguien no es quitarle todo lo que tiene, sino aquello que puede llegar a tener. Matar sus sueños. No podía creer que todo aquello moriría en el olvido. Maldecía la incorporeidad de los sentimientos. Se hundirían con él por no haber sabido plasmarlos. Harto de que la gente le vendiese la moto con eso de que tenía toda una vida por delante. Cuando empezaba a fijar las plantas de su nueva vida, ésta le daba la espalda.

martes, 16 de junio de 2009

Desde arriba


En pocos días, Don A ha pasado de Madrid a Vigo, del estrés de pensar que podría tener alguna enfermedad importante a la tranquilidad de recuperar su vista y poder disfrutar de ella. De la desesperación de no encontrar trabajo a encontrar uno. Aquél había sido uno de esos pocos momentos, fútiles par muchos, vitales para él, que se llevaría a la tumba. Porque en momentos así uno descubre de qué pasta están hechas algunas personas. Los tornas habían cambiado y uno de sus dos grandes objetivos para ese verano ya se había cumplido. Lo que no mata debería hacernos más fuertes. Ha merecido la pena.

lunes, 8 de junio de 2009

El luchador...

A pocas horas del viaje. La sola compañía de la música que tímidamente salía del fonógrafo. Sin prisa por irse a cama. En parte se alegraba por salir de esa su isla particular. A muchos no les gustan las despedidas, pero a él sí. No sabía por qué. Por eso de tener algo que recordar, suponía. Echaba en falta también alguna llamada, pero quizás ése nunca fue su sitio y era mejor irse. Sabía, o quería creer, que en 24 horas dejaría de pensar en esas cosas. No dejaba de pensar en aquella frase de la película, cuando el hombre aconsejaba que a veces es mejor vivir en la ignorancia que descubrir la verdad, o mejor huir que adentrarse en lo desconocido. Algo así, no recordaba bien. Luego también recordó la cara de desaprobación del demacrado anciano tras oír la frase. Entonces, él se sonrió de medio lado, con la mirada perdida, ilusionado por la posibilidad de vivir un sueño y preocupado por la posibilidad de perder a un amigo. Se entretuvo con las últimas gotas del hoy insípido zumo de tomate con que todas las noches cerraba los días. Hacía muchos días que no disfrutaba de una comida y pocas horas que sí lo hacía de una bebida. Lo sé, es vergonzoso.


martes, 26 de mayo de 2009

Luces de Bohemia


Otra noche más en el café teatro más suntuoso de la gran ciudad. La vieja Lucy servía las pocas copas que le pedía la ya demacrada clientela. A esas horas la turba universitaria ya había abandonado el local, en busca de ambientes más alegres. Los que quedaban eran, en su mayoría, hombres de mediana y no tan mediana edad que suspiraban por Dios sabe qué cuitas. Daba la impresión de que la luz era cada vez más tenue. o quizás sólo era mi impresión, porque empezaba a parecerme que los cristales de mis lentes se volvían desenfocados. Quizás sería el cansancio, tras la larga jornada de ocio, tal vez, esos largos brazos de humo que danzaban delante de mis narices, por culpa del cigarro de aquel poeta cuya musa parecía ser la nicotina. Es probable que también tuvieran algo que ver los últimos dos dedos de moscatel ingeridos. Totalmente innecesarios. Me sentía cómodo en aquel lugar, exactamente en esa mesa vacía, escondida en la sombra de una esquina, desde donde mi vista abarcaba el ochenta por ciento del local. El veinte restante era de sobra por mí conocido. Mi purgatorio particular, donde mis noches más canallas acababan antes de recuperar el alma perdida. Seguro que, sin darme cuenta, sonrío. ¿Por qué? Por ese extraño placer que da el sobrevivir una y otra vez después de tocar fondo, o de casi tocarlo, porque quizás cuando lo toque, me guste su tacto y me quede allí anclado, esperando el rescate de alguna sirena. Sí, imaginación no me faltaba y tiempo para entrenarla, tampoco, a Dios gracias, o por desgracia, depende del tipo de vida que cada uno desee, depende de tantas cosas. Digresiones y más digresiones en silencio, porque con el tiempo he aprendido a hablar conmigo mismo, en silencio, sin molestar a nadie. Sonriendo de nuevo por ser yo el único papel en que mis pensamientos se plasman, con la torpe pluma de mi desidia, que dibuja, ora con denuedo, ora con parsimonia, las caricaturas que cada noche se pasean por este para unos patético, para otros, poético café. Sólo depende de cuántas gotas de moscatel encienden en ti la llama de la imaginación, clavo ardiendo al que tantos nos agarramos por estas tierras. A mi izquierda, la barra. Lucy pasando el paño por una barra semivacía, orgía, horas antes, de tintineos de copas, canciones populares de simpáticos beodos, testigo de festejos, risas, lágrimas, peleas, reencuentros, cortejos, muescas y más muescas que Lucy repasa con sus agrietadas manos, que me indican ahora algo que no alcanzo a observar, pues parece que ocurre en ese veinte por ciento de la sala que mi posición actual no me permite ver. Ruido de tacones, tímidos ecos de una voz lejana que, a pesar de no reconocer, me resulta familiar. A pesar de la poca sobriedad que ahora me representa, no tardo en descubrir a nuestra protagonista, a pesar de nunca haber sabido su nombre. De hecho, nunca me había atrevido a hablar con ella. Y no era por su falta de atractivo, sino, al contrario, era una de esas pocas personas rodeadas por un halo de misterio y firmeza tal que provocan en uno una mezcla de respeto y miedo. Un metro setenta de elegancia en negro y rojo tafetán. Chapeau. Había olvidado ya que todas las noches venía aproximadamente a esa hora y con la única persona con la que hablaba era con Lucy, y casi siempre salían las mismas palabras de su boca. Ya se me habían quedado perfectamente grabadas en la memoria las palabras "Chateau Mouton". Me encantaba. Sin darme cuenta yo mismo pronunciaba esas palabras, intentando imitar la gravedad con que ella lo hacía, pero sin la mitad de su clase, como era de esperar. Pagaría el poco dinero que me queda para saber que es lo que llevaba a una mujer de su, indudablemente alta clase social, a aplastarse en esa demacrada silla, en la única mesa del más lúgubre antro del barrio. Eso sí, un antro que una vez fue grande, cuna de los más grandes, lejos del hastío de ahora, cuando el humo era música y el silencio nunca figuraba en la carta. Quizás eso es lo que la atraía. Porque se sentía a gusto. Si ella fuese un café, seguramente sería este. Antes palacio, ahora fabela. Antes marquesa, ahora meretriz. Me río sólo ridiculizándome por lo precipitado y cruel, no cruel, sino fantasioso de mis conjeturas. Pero cada uno se fabrica el mundo que puede, el castillo donde más plácidamente descansará cada noche, lejos de la incesante algarabía silenciosa de esta Némesis diaria. Miro a mi derecha y no veo figuras humanas, sino despojos de algo que fue alguien algún día. Sólo humo, brasas de vidas consumidas y que pretenden ser atizadas a golpe de moscatel. Yo sigo en la sombra. Sin molestar. Sin más luces que las de mi exigua lucidez y las de las verdes lámparas que dibujan siluetas sobre las mesas circulares, que parecen moverse por momentos, emulando las loadas coreografías de antaño. Años de luces, colores y música. Quién nos diría que retrocederíamos al mudo y al blanco y negro. Me voy quedando dormido. Mejor. Así es como mejor pienso, como cuando me despierto por la mañana. Con la sola luz que se cuela por las persianas, escapando del día y me permite ver en blanco y negro, con el negro manto de fondo. Como ahora. En blanco y negro, sin distorsiones cromáticas que me engañen, sin rojos que me exciten, con pocos verdes que me inspiren, ni azules que me refresquen. En blanco y negro. Lucy me hace un gesto y yo respondo con una mueca de desilusión por ser estas horas las últimas en mi cementerio particular donde yacen amistosamente gerifaltes de antaño y mindundis de siempre. Sólo quedamos ella y yo. Me levanto y cojo un vaso de otra mesa y dirijo el brindis hacia Lucy, quien me mira con más pena que gracia. Otra noche en vela. Otra noche en vano. Otro litro en vena. Otra alma en vilo y otra copa de vino. Eso sí, de vino del bueno. Intento sacar pecho y fingir un paso altanero y orgulloso. Ebrio, soy incapaz de destinguir las líneas de las curvas. Enfilo. Mirada de soslayo. Sigo a Lucy, quien asustada, acude a la mesa de la diva. Decelero mi paso. Lucy se agacha para atenderla. La mujer, con la ternura de una niña, entre titubeos, pregunta: "Perdone, quería preguntarle si puedo ser su amiga". No recordaba a Lucy tan triste y, a la vez tan aliviada. Supongo que alguien que se pasa media vida limpiando basura y dándole de beber, no se espera estas cosas. Qué digo. Ya tampoco me lo esperaría. Es extraño. Lejos de conmoverme, me entran ganas de vomitar. No es el final que esperaba, cierto. Los hay mejores. Quizás debería simplemente sonreír, dar la espalda y marcharme. Quién sabe, quizás sea mi alma, que conmovida por la situación, quiere escapar de mi cuerpo, sombra de lo que pude haber sido, y yacer con las marionetas de un espectáculo mucho más vital que el que yo puedo ofrecerle. ¿Será esta su redención? Si es así, brindo por ello, si no, brindo por mí.

lunes, 25 de mayo de 2009

State of Play


The inquiry had been paralyzed because it looked like they finally put two and two together. It was 3 AM and almost everyone had left the firm. Only the heavyweights were waiting for his article. And, of course, she also was there. What he didn´t expect was the spontaneous event. The flashback suddenly came to his mind. Far-away look. His hands stopped dancing on the keyboard. His boss looked at him, expecting something wrong. He stood up and started runnig to the house of his best friend at the University. He couldn´t believe he was involved in that shit. He couldn´t believe that once, they were inseperable. Now, he could realize the reason of his unusual sympathy. Sympathy after five years being the most unpleasant guy. The reason was as easy as raw: if you want to win the confidence of an important journalist, you must pretend you are reliable. His heart betrayed him. "How coulndt I notice the change?"- he thought. " "Is it a question of blindness? Blind friendship, perhaps?" He stopped under the storm and, looked behind him, up and down and thought... "Perhaps, Im reponsible of everything. After all, I let him come to me. Next time ill know which doors must be kept closed". He turned back and went home slowly. What´s the rush?

lunes, 18 de mayo de 2009





Aquella tarde el hospital estaba bastante tranquilo, lejos del drama de la noche anterior, hasta que llegó una chica de aspecto frágil cojeando levemente. Lou no pudo evitar esbozar una tímida sonrisa, tras comprobar la poca gravedad del asunto. La chica, con un curioso atuendo de bandolero, se apoyó en el hombro de Lou para luego sentarse sobre una camilla. Lou colgó el sombrero vaquero de la chica en el perchero. Se puso sus lentes para observar detenidamente el tobillo de la original paciente, pues sin ellas no veía tres en un burro. No parecía nada grave. Le preguntó qué hacía disfrazada así un domingo de mayo, tapándose la boca para ocultar torpemente la risa tonta que le entró desde que la vio entra por la puerta. Ella, mientras se secaba los ojos, tiznados de negro, le explicó, con absoluta inocencia, que se había caído de un columpio. Él volvió a reír y le preguntó cuántos años tenía. Ella sonrió entre sollozos. Segundos después le espetó que ya no sabía qué hacer para que se fijara en ella, mientras se quitaba el antifaz.

domingo, 10 de mayo de 2009




"Caballeros, voy a contarles un secreto", comenzó su alocución. "Hace apenas dos meses, me consideraba el hombre más infeliz del planeta. Miraba a mi alrededor y no encontraba motivos para albergar esperanzas. Las imágenes que provocaban risa ya distaban demasiado en el tiempo y comenzaban a representarse un tanto difusas. He pasado demasiado tiempo sin reírme, víctima de la mala fortuna, y tras superar ese etapa de agobio existencial sin ver mejorar mi estado, acabé acomodándome en una ataraxia insana que ha hecho de mí un cerdo autómata que nada sentía ni padecía. Nunca he creído en esas bobadas de la ley de la atracción. Siempre consideré esas teorías delirios fanfarrones de nuestro inquieto y aburrido pueblo socialista. Pero he de reconocer algo. Creo en el equilibrio. Y sé que a veces compensa pasar 10 años de tortura para disfrutar de un pequeño triunfo. Porque ese día puede durar mucho más tiempo en nuestro recuerdo. Y ese recuerdo no necesita ser representado por una simple imagen. Asi, la semana pasada, calmé el tedio de mi inexistencia, repasando las fotos de mi juventud. Es curioso cómo una ilusión puede representar tan fielmente una realidad pasada. Cómo un insignificante instante puede significar tanto para alguien. Cerré con fuerza los dos ojos a la vez para retener la imagen antes de apagar la luz. Una vez a oscuras, parpadeé repetidas veces, conservando aún pequeños detalles lumínicos del aquel feliz momento. Mi memoria hizo el resto. Como les dije, creo, desgraciadamente, en el equilibrio, el yin y el yan. Es necesario que unos sufran para que otros se diviertan. Todavía no comprendo del todo por qué, pero así parece ser, por muy injusto que me parezca. Al término de mi ejercicio foto-mental salí, como todos los días, a dar un paseo. Salí en busca de nada, todavía con la estúpida sonrisa pintada en la cara por el magnífico pincel de mi benévola memoria. Fue entonces cuando sentí aquello por vez primera en mis 10 años de penitencia. Fue un breve instante. No acostumbraba a salir de casa con una tonta sonrisa en mi cara. Mucho menos me esperaba que alguien más se contagiese del perfume de aquélla y sintiese curiosidad por su origen. Quién sabe, a veces la vida te brinda una segunda oportunidad. Sólo puedo decirles que mi larga espera ha merecido la pena y que desde entonces me río solo muy frecuentemente, no me incomodan los silencios, de hecho, muchas veces me mueven a risa, por lo ridículo de la sensación. Escucho y veo cosas que antes no percibía, no me inquieta la soledad, ni necesito luz para dormir. Incluso, a veces, no salgo solo a pasear.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Todo es para bien

Lou recordaba las grandes tardes del pasado. Por un lado, superficies verdes, aguas transparentes, inocencia ahora perdida (entonces ignorada, aunque disfrutada), noches sin mentiras, sonrisas sinceras, decir todo lo que te pasa por la cabeza, correo ordinario, deporte, dibujos animados, videoconsolas, la primera chica, los primeros indicios de bello facial, las primeras diotrías, el mar, las pozas, pescar en familia, la Familia, algunos que ya no están, carcajadas, tonteos, amagos de peleas, televisión en blanco y negro, bocadillos de nocilla para todos, fiestas con mediasnoches y fanta, cantar sin pasar vergüenza, no preocuparse por el futuro, no preocuparse por ser responsable, hacer planes, ver factibles los sueños, pensar qué ser de mayor, juegar a lanzar ondas vitales, tratar a las chicas como si fueran chicos, no saber cómo tratarlas, gritar, recibir cachetes, bofetadas (pocas y justificadas), risas sin motivo, abrazos y besos sin vergüenza, balonazos, caídas que no duelen, descuido, rechazo a la imagen, valores, amistad, lealtad. También podría recordar algunas cosas malas, pero aunque esas cosas seguramente le habrían marcado profunda y definitivamente, tenía gran facilidad para olvidarse, o por lo menos, para no pensar mucho en ellas y quizás haberlas sustituido por otras que sí le servían para sentirse bien, tal vez porque le ayudaban a conciliar el sueño y convencerse a si mismo de que lo que una vez le llenó de ganas vivir podría volver a ocurrir y que no había motivo para no creer en ello. El mundo es muy grande y el ser humano más. Unas veces la rueda está arriba y otras abajo. La única incógnita es a qué velocidad se mueve la rueda y cuánto tardaría en dar media vuelta más. Una cosa tenía clara, tenía que poner algo de su parte. Y cuando volviese a ver una luz, no debía apartar la mirada por el miedo a ser cegado, sino que debería arriesgarse a quedarse ciego, ya que a veces se ve mejor así. A veces, en la soledad de su escritorio y con su máquina de escribir como única compañía recordaba con melancolía aquellos no tan maravillosos años, que, curiosamente casi coincidían con sus mejores y lejanas edades. Bajaba la cabeza, sentía un ligero vacío, un agridulce dolor y luego se sonreía pensando que quizás gracias a todo eso él era quien es. Luego se preguntaba si es mejor ahora que antes, si mereció la pena. Por supuesto que no. Pero qué demonios. Shit happens, y si happens, por algo será, o quizás por nada, y si esto así fuere, entonces no merecía la pena pensar en ello. Y así se pasaban las horas baldías hasta que algo importante le pasaba, algo en lo que ocupar su tiempo y no perderlo aporreando las teclas de su vieja amiga que ya pedía a gritos una merecida jubilación. Se rascó la barba, se tumbó en el sofá y curiosiamente se sentía bien. Sabía que el equilibrio es necesario y justo. Tenía que sufrir para luego divertirse. El problema es que cuando se divertía no se solía preparar para cuando los malos tiempos viniesen. No. Uno no piensa en eso. Simplemente disfruta del tiempo ganado. Se preguntaba hasta qué punto uno es víctima de sus obras y hasta qué punto puede forjarse un futuro, edificar una vida hecha a su medida. Cuánto había de aleatorio y cuánto de consecuente en nuestras obras. Se preguntaba tanto y tan pocas respuestas obtenía que enseguida se quedaba dormido. Además, sabía perfectamente que al día siguiente no recordaría nada de esas vagas reflexiones que a nada llevaban. Sabía que había algo que era fundamental y que le permitía conciliar el sueño perfectamente los días que el llamaba "afortunados". Había dado con su particular Diosa Fortuna y se alegraba por ello. Sin darse cuenta se había rodeado de gente que le insuflaba de aquello de lo que precisamente últimamente andaba un tanto escaso. Empezaba a valorar lo importante que es rodearse de gente mejor que uno mismo. Quién sabe, quizás él, sin darse cuenta, también estaba ayudando a alguien a conciliar mejor el sueño. Buenas noches.

martes, 5 de mayo de 2009

You´ll never walk alone


Recordaba aquel viaje perfectamente a pesar de no haber gozado nunca de una memoria privilegiada. Pero es que dicen que uno recuerda aquello que realmente le marca y elimina involuntariamente todo aquello que no le punza. Dicen también que uno viaja en busca de algo y vuelve para encontrarlo. No estaba de acuerdo con eso, porque conocía casos de gente que o bien ha viajado para no volver y quien también ha vuelto tras encontrar lo que quería para volver a vivir en su lugar de origen. Quizás él haya sido uno de esos. Había oído comentar tantas veces que hay que aprovechar la juventud porque es la mejor edad, que se había olvidado completamente de que todavía era joven y fuerte y que algunos valores como la ilusión, la esperanza y otros tantos no sólo no cesan con los años, sino que se hacen a menudo más fuertes e indispensables cuanto más viejos nos hacemos. De aquel viaje curiosamente no podía contar nada. Se había pasado casi todo el tiempo en el hotel, aquejado de sus habituales problemas estomacales. Además, aquella comida, para él excesivamente picante, le había sentado como una maldita bomba. Para más inri, el tiempo era pésimo y no podría disfrutar de aquellas tan alabadas playas de las que tanto le había hablado su hermano. Es cierto que no podía contar mucho a la vuelta. Ni siquiera pudo hacer fotos, pues la desesperación de haber perdido el equipaje en el taxi le había disuadido de comprar una de esas camaruchas de usar y tirar que vendían en los quioscos. Empezaba a cansarse de la gente. Sentía que todos le miraban y de una forma agradable, sino más bien todo lo contrario, hasta llegar a apartarse como si fuera un apestoso que quisiera contagiarles alguna enfermedad. Ahora, tras el largo viaje, sentado sobre su cama, aún sin hacer, miraba por la ventana y recordaba el único momento que había conseguido rescatar. Se preguntaba si lo había soñado a lo largo de alguna de las cabezadas involuntarias que dio durante el trayecto o en la Odisea que supuso intentar conciliar el sueño en el hotel. El hecho es que recordaba con curiosa nitidez aquella imagen en que una niña muda le cogió de la mano, poco antes de irse al aeropuerto y le llevó calle arriba correteando entre la turba. La niña sonreía ilusionada y le miraba con curiosidad. Supuso que sus rasgos faciales distaban bastante de los habituales en aquel país y eso llamaba su atención. Doblaron la esquina y la niña deceleró el ritmo y le acompañó hasta un descampado. A medida que iban caminando, a él le daba la impresión de que esa niña se iba haciendo mayor. El camino era largo y quizás llevando más tiempo del que se imaginaba con ella. Lo curioso es que un ningún momento había intentado ninguno intercambiar palabra alguna, por lo que todavía no conocía su voz. Era una de esas niñas con una cara muy graciosa, que al regalar una amplia sonrisa, son ojos oscuros menguaban hasta casi desaparecer. Eso le hacía sonreír a Lou. Sin quererlo, le reconfortaba. Poco a poco, el ruido iba desapareciendo hasta reducirse tan solo al suave ulular del viento que mesaba el lacio, largo y oscuro cabello de la muchacha. Se respiraba paz a cada paso. Su mano derecha, asida por ella, la izquierda extendida sin saber por qué se balanceaba casi con gusto. No sabía cuánto tiempo llevaba así cuando parecía que el camino llegaba a su fin, al morir en un precipicio. Aun así, la niña no deceleraba su ritmo. Ya en el borde, él estaba asustado y se asomó para observar las vistas. Reculó temerosamente tras no ver el fondo ni qué había al otro lado, pues la niebla no le dejaba ver. Sin entender bien cómo, la niña ya no era tal, sino una chica de su edad. Pero ahora era él quien había menguado y se veía como un niño, con el miedo lógico a caminar solo. Ella le sonrió como diciendo que no hay nada que temer y tiró de él hacia adelante. Él tuvo miedo y se soltó, dejándola caer al vacío a pesar de tener la impresión de que, por muy raro que pareciera, quizás podría seguir caminando aunque no hubiese camino.

domingo, 3 de mayo de 2009

Feliz Ano Nuevo


Era, sin duda, el reto más importante de su vida. Lo más curioso es que los remordimientos no le invadían a pesar de tener a todo el Opus escandalizado por la genial idea que entonces tuvo de abrir aquella botella de tequila en su solitario cuartucho apenas dos horas antes de oficiar su primer bautizo. Aquel brebaje, y apenas dos tostadas untadas de su inseparable tarro de Nutella fueron el único alimento que ingirió esa tarde. El, posiblemente, hombre más serio de Albacete, se convirtió, en cuestión de horas, en el sacerdote más cachondo del pueblo. Habitualmente parco en palabras, comenzó a saludar a sus vecinos con cierta altanería y generosas gotas de megalomanía exacerbada, lanzando las redes de su simpatía a diestro y siniestro por los alrededores de la Iglesia. Los asistentes a la Eucaristía fueron testigos perplejos de la fluencia de barbaridades que nuestro hombre, al final de aquélla, soltó por su desvergonzada boca. Completamente hundido y con unas braguitas azules a modo de birrete, Lucas se despertó al día siguiente en su catre llevándose una mano a la cabeza y otra a su ano por el dolor sufrido en esta parte de su cuerpo. Su dolor sería infinitamente mayor cuando leyó el resguardo de su aportación de 2.000 euros a la Fundación de Sacerdotes Homosexuales de Castilla-La Mancha datada de apenas 7 horas antes. No le placía haber sido chingado por vez primera de aquella forma tan poco digna para un hombre de su alcurnia.

martes, 31 de marzo de 2009

La soledad del corredor de fondo


1994 ó 1995. Era una tarde primaveral cualquiera. Lucía el Sol en el colegio Apóstol Santiago de Vigo. Pasaban quizás 10 minutos desde que había dado comienzo la clase de educación física. Al señor A no le agradaban demasiado esas clases, pues, el afable anciano que las impartía parecía obsesionado con fabricar corredores de fondo para prolongar el legado de nuestros héroes de Barcelona 92. Para el señor A eran un auténtico suplicio estas clases, pues, a nuestro héroe, lejos de ser el prototipo de maratoniano perfecto, le recorría la espalda un frío aterrador cada vez que se rumoreaba que él y sus compañeros estaban obligados a correr una distancia superior a los 1.500 metros. Eterna odisea, cruel castigo para un joven que no había nacido para correr, sino para cotas más elevadas, como en el futuro, ya anciano, demostraría. Pero no adelantemos acontecimientos. Aquella soleada tarde el señor A se sentía extrañamente optimista. Se veía bien. Acababa de descubrir un curioso ungüento que servía para fijar el pelo a la vez que producía un efecto mojado, vulgarmente conocido como "gomina" que creía, aquí es justo decir que tal vez sólo él así lo creía, le hacía más interesante y sexy. La camiseta, blanca, resplandecía cegando a sus compañeros más populares y atrayendo las miradas de gran parte de las zagalas que con él compartían aquella jornada lúdico-deportiva. Algunos de los más valientes y avezados deportistas de su clase discutían en círculo sobre qué distancia preferían correr aquella tarde. Algunos, los más temerarios, optaban por las temidas distancias magnas: que si 3.000 metros, que si 5.000. Hasta un aterrador 10.000 pareció oír nuestro valiente héroe desde la lontanaza. Un tremendo escalofrío arredró, súbitamente, al joven señor A. Sus compañeros se rieron de él de forma cruel y petulante. ¡Cerdos déspotas! - musitó... Con la mirada perdida, viró hacia la pétrea fuente de la que emanaba la suficente cantidad de agua que le sirvió para recuperar el sentido. Mientras sorbía las últimas gotas, creyó oír un grito que rezaba ¡1.500!. La trémula y entrecortada voz del anciano distaba de parecer reconfortante y le sentó como si alguien gritase "fuego" mientras toda una hilera de soldados apuntaban al poste al que estaba atado o como si una voz le permitiese decir sus últimas palabras antes de ver separaba su cabeza del resto de su cuerpo, víctima del afilado filo de una contundente guillotina. Don A volvió en sí al notar como, todavía quedo, apoyado en la fuente de la que aún caían las últimas gotas de su esperanza, una blanquecina y delicada mano se posaba sobre su hombro. Sorprendido, miró a su derecha y pudo observar una belleza innúmera como jamás había visto en sus cortos pero intensos 16 años de vida. La dama de la que se había prendado desde hacía meses, le preguntó si iba a correr esa tarde. Él, atónito, pues eran las primeras palabras con las que le obsequiaba su amada, tras un largo titubeo, le asestó: "ppp, pues claro, vaya si los correré, sólo son 1.500 metros, a ver si gano esta vez". Ella le deseó mucha suerte mientras le dejaba atrás pasándole levemente la mano por su espalda mientras se dirigía al corro formado por sus amigas. Mientras éstas le comentaban algo, no sin cierta picardía, por lo bajinis, nuestro nuevo superhombre, henchido el pecho palomo regalaba a nuestra ninfa un poderosa mirada de metal a la vez que brindaba su mejor sonrisa ladeada al más puro estilo "Johnny Cash" o "Harry Callahan" mientras a un compañero le pareció el momento oportuno para bajarlo los pantalones. Ella se alejaba mientras él pensaba: "Si se da la vuelta, es que me ama". Así fue. Fueron los únicos segundos de su vida que pasaron a cámara lenta. Tras poner Don A los pantalones en su sitio, Ella se giraba lentamente, a la vez que su lacio cabello escondía una tímida mirada que espiraba un glauco halo sólo superado por la celestial luminosidad de su encandiladora sonrisa. Nadie ya podría pararle. En ningún momento se había parado a pensar que él era un tipo lento y que jamás podría ganar esa carrera. Aquél era su momento y nada ni nadie podría estropearlo.....
Línea de salida. Aproximadamente 20 hombres, listos para competir por un solo puesto, el primero. Miento. 5 ó 6 hombres listos para competir por el primer puesto; 6 hombres en la cola, renuncian a luchar siquiera por el podio con tal de no sufrir, no sudar, y así no tener que pasar por la ducha antes de la clase de matemáticas; 3 hombres vestidos de calle, discuten sobre la fórmula correcta: una dice que es -b +,- la raíz cuadrada de "b" al cuadrado - no sé qué más. Los otros dos, con gafas de pasta, adoleciendo de cierta miopía galopante y con un par de lápices sobresaliendo del bolsillo de su ajada camisa a cuadros, se incorporan en la postrera fila de corredores tras guardar sus respectivas calculadoras. El resto intentan escapar del temido profesor aduciendo torpemente molestias en distintas partes de su cuerpo. Ya sabe/n, querido/s lector/es a qué me refiero con torpemente. Sí. Lo típico. Decir que tienes un esguince en el tobillo derecho mientras cojeas de la otra pierna y cosas por el estilo. Nuestro héroe ya había pasado por villano y antes era uno de estos últimos, antes, claro está, de asir con firmeza el cetro de su viril dignidad. Pocos segundos después, se incorporaban después algunas chicas detrás de los intelectuales antes mencionados. Entre ellas, ELLA. Don A no la vio, pero, a veces, el amor despide un aroma inquieto fácilmente perceptible por aquellos a quienes une. El Rey A se sonríe. Mirada baja. Manos sudorosas. Su corazón habla, susurra, palabras perceptibles pero incomprensibles. No tienen sentido pero cree conocer su significado y su origen. Mira hacia atrás. Jamás olvidará los dos segundos previos a la mirada, sabiendo que sus miradas se cruzarían por vez última antes de reencarnarse en Zeus y lucir con descaro la corona que echaría a sus pies a sus imberbes e ingenuos compañeros que hasta sólo le consideraban uno más. Quizás ni eso. Del momento en que esas miradas se unieron no puedo escribir nada, pues, creo, todavía no se han creado las palabras exactas que puedan describir el paroxismo del momento vivido. Sólo decir que según algunos libros de historia se considera a este momento el comienzo del "Der Neue Romantik" o Nuevo Romanticismo, como dirían ustedes los españoles. El caso es que nuestro admirado maestro del cortejo dejaba atrás largos años de baldías esperanzas amatorias y gozaba ahora de la nueva categoría alcanzada. A falta de disparo, se elevó el brazo de nuestro amigo maestre de la educación que llaman física. Acto seguido, se bajó el brazo. Eso quería decir que la carrera comenzaba. Estaba don A a sólo 4 vueltas del trofeo más laureado. Primeros metros, pecho fuera, rodillas en alto, como había visto a Fermín Cacho un par de años antes. Todo marchaba bien. En primera línea de carrera. A su derecha, don C, excelente atleta, tildado de "hombre perfecto" por algunas féminas y, por qué no decirlo, por unos cuantos varones. A su izquierda, don R, el otrora enfant terrible del colegio, ahora reconvertido en hombre de bien y empecinado en hacer carrera en el mundo del deporte. Don A empezó a tantear la posibilidad de no ganar, dado que jamás había quedado entre los 15 mejores de su clase y, hasta entonces, se conformaba con no ser superado por más de 2 mujeres. Al doblar la curva volvió a ver su anhelada amada. De nuevo, el tiempo parece ir más lento. Cámara lenta. El dócil rostro de la sin par doncella no hace sino insuflarle más fuerza aún, pensando en que ya estaba sólo a 1.200 metros de acurrucarla entre sus brazos, cuando se rinda a los laureles del nuevo campeón. Don C le sonríe con mala intención e intenta, tan socarrona como inútilmente, bajar los ánimos de nuestro admirado Coloso, quien aprovecha para hacer de liebre en el escenario de su renacimiento. 1.000 metros. "Carros de fuego" suena en la cabeza del señor A. "Eye of the tiger" y finalmente unos versos que rezan "tu piel morena sobre la arena". Algo falla, pierde velocidad. No comprende qué ocurre hasta que ve a dos jóvenes de peculiar facha sosteniendo uno de esos llamados "loros" al tiempo que se contonean reproduciendo algo parecido a un baile. Don R le pasa, y don C también. Don A, inasequible al desaliento, lejos de venirse abajo, alarga su zancada y saca fuerzas de flaqueza para igualar a los dos deportistas-modelos. Choca su hombro con el de uno de ellos, en señal de reto. 500 metros. Empieza a faltarle el aire mientras a Don R parece hacerle gracia el cansancio de nuestro incansable amigo. Don A dobla a don D, su fiel amigo con quien tantas veces había compartido, obviamente, en el pasado, la cola de otras tantas carreras. A don D no parece alegrarle el nuevo estado de forma mostrado por don A y le dirige una mirada de desprecio que parecía decir: ve, corre y ve con los tuyos, don Ganadorcillo, que no siempre triunfa el que primero llega. Don A baja la mirada dudando de quién es y de quién quiere ser realmente, pero, de nuevo, se cruza con nuestra dama, a quien mira, durante el tiempo justo, pues quedaba poco para la línea de meta. "Ya tendré tiempo para ella. Toda la vida, espero". A tan solo 300 metros se hallaba el Edén. Recta final. Don A es tercero. Saca fuerzas donde nunca antes había habido. Le sorprende que nadie jalee su nombre, ni siquiera el alumno lesionado, quien, apoyado en sus muletas seguía con sorprendente desdén la carrera. 200 metros. Todavía tercero. Mira atrás. Se acercan corredores. 100 metros. Su distancia preferida. No es que se le diese especialmente bien, pero era la más acorde a su constitución física, a pesar de ser pulverizado por varios de sus colegas en numerosas ocasiones. Adelante muchacho. Ahora o nunca. Ganador o perdedor. Sólo el primero vence. Alentado por su nuevo amor, el joven A se lanza a la conquista del éxito. Llega a la altura de sus compañeros, que parecen sorprendidos de verle de nuevo. 50 metros. Ahí está la meta. El profesor, Alonso de nombre, le mira con una cara de extraña que no sabe don A cómo interpretar, si de estupefacción o de admiración, quizás una mezcla de ambas. Por fin... Ha merecido la pena. Don A alcanza los 1.500 metros exhausto. No es como imaginaba. No sonaban trompetas ni clarines. Sólo la voz del tullido quien le gritó "son los 3.000, faltan 4 vueltas". No podía ser. Se le nubló la vista mientras veía pasar a Don C y Don R, quienes le regalaron su mejor risotada. Alonso asentía,decepcionado, viendo como los pasos de Don A eran cada vez más cortos. Poco a poco le vas pasando sus compañeros, incluido don D, quien le mira con desaprobación a la vez que mueve la cabeza horizontalmente, para luego, animarle a correr a su lado. Minutos después llega nuestro triste amigo a la meta. Tras él, un asmático, dos chicas, un tullido, un señora con una barra de pan bajo el brazo, un anciano que acompañó a su nieto los últimos metros y un fotógrafo. El fotógrafo, quien años más tarde se sabría que era el padre de don C, corría para sacar instantáneas de su heroico hijo, quien años después sería portada de la revista "Emprendedores" y "Gentleman". Nuestro derrotado amigo se acerca, poco convencido a su joven admiradora. Ella, poco sorprendentemente le rehúye con cara de lástima para lanzarse a los brazos de, no puede ser, tierra trágame, de don C. ¡Rayos! Del todo a la nada en 3.000 metros. Su más preciado trofeo había sido arrebatado por su más acérrimo y odiado enemigo. Adiós orgullo, hasta la vista dignidad, qué hay de nuevo, vergüenza. Las únicas mujeres que le acompañarían hasta el vestuario serían Doña Derrota y Doña Humillación. Don A se lleva las manos a la cadera mordiéndose el labio inferior y mirando al cielo mientras niega con la cabeza. Don D es ahora quien le pone la mano en el hombro. Don A le devuelve el gesto y se marchan juntos al vestuario. Don D intenta aliviar la herida con una serie de gracejos que llegan a hacer desternillarse a nuestro otrora héroe. Don A nunca fue un corredor de fondo.

Esta historia está basada en hechos reales.

martes, 17 de marzo de 2009

Cinefilia...


Invierno de 2008. Madrid. Cines Golem. Un servidor y su imberbe colega se disponen a ver el film "Hace mucho que te quiero". No trataré aquí nada acerca de la película. Sabía que era mi oportunidad. Llevaba años esperando que llegara a la cartelera una película con un título como éste. Además estaba de suerte. Me tomo mi tiempo. Echo un vistazo hacia la taquilla. Dos ventanillas. Dos taquilleras. Lanzo una furtiva mirada a la de la izquierda. Digamos que no me siento atraído. Desplazo la mirada a la de la derecha. Me la devuelve. Disimulo cogiendo unos folletos sobre una película italiana que no me interesa lo más mínimo. Hago que leo dos líneas, vuelvo a levantar la mirada, esta vez paulatinamente y, de nuevo, soy sorprendido, no por la taquillera de la derecha, sino por su compañera de al lado, previamente descartada por mí, la cual me lanza una hiriente mirada jactándose, creo, de cogerme con las manos en la masa. Yo, sagaz, completo el movimiento de mi cabeza con un ladeo hacia la derecha y me llevo la mano izquierda al cuello fingiendo que éste me duele. Acto seguido, toso, no sé por qué. Quizás sea esa tradición que liga la tos al disimulo. Ha sido una buena elección. Mi taquillera no es una belleza clásica, pero su aspecto frágil, dócil y mohíno me atrae especialmente. No sé por qué. Quizás me vea a mi mismo como el caballero andante, redentor de sus cuitas. Quizás solamente esté más salido que el pico de una plancha y haya puesto mi listón bajo tierra. Mi púber compañero me apremia. Le hago un gesto con la mano para que se calme mientras espero a que la pareja que me precede compre sus entradas. El de seguridad me mira de soslayo, como no fiándose de mí. ¿Por que me tomará? ¿Por un ladrón? Me pregunto qué hace ese hombre ahí, si está para detener a quienes pretendan entrar sin pagar a quienes osen comprar una entrada para una película y pasen a ver otra. O a lo mejor cree que apuntaré con un revólver a la chica del puesto mientras le digo que llene un saco hasta arriba de palomitas. Respiro hondo. Dejo el folleto y me envalentono. Llego a dos metros de la ventanilla, uno y medio, uno. Se me adelanta otra pareja, la cual ocupa la ventanilla izquierda. Me quedo mirando al fornido varón que acompaña a la hembra. Éste me lanza una mirada de desprecio de arriba a abajo y de abajo a arriba. Sonrisa sarcástica. Mi taquillera-amante me espeta un "hola" que recorre todo mi cuerpo hasta dejarme sin aliento y sin habla. Me enervo. No me salen las palabras. Sigue ahí la mirada de ese tipejo petulante retándome a pedir la entrada para la que llevo semanas preparándome. Quién se creerá ese matasiete. Maldito tritón, no esperes salirte con la tuya. Le aguanto la mirada. Toso. Me niego a pedir la entrada. Mi acompañante me tira de la camiseta impaciente... Una gota de sudor recorre mi frente, mis cejas. Miradas de incredulidad me rodean. ¡Milagro! La chica se lleva a mi archienemigo. Ahora soy yo quien ríe. El tipejo ya no lo hace y, en cambio, me lanza una mirada, tras fruncir el ceño y empequeñecer sus penetrantes ojos. El señor M, mi colega, se entretiene con el vuelo de una mosca. Literalmente... Es el momento, ese momento que quizás recuerde toda mi vida, punto de inflexión que perdurará como una tierna y original historia que contaré a mis hijos, quizás nietos. Como diría el señor C. esa zagala podía ser la definitiva. "¿Y bien? - me espeta la chica. Mi corazón late cada vez con más fuerza. El sudor ya se ha helado, tal vez, por el cortante frío que recorrió mi espalda momentos antes. Adoraba esa voz, me la imaginaba susurrándome día tras día, noche tras noche, que no podía vivir sin mí, que por qué no nos habíamos conocido antes, que qué guapo, fuerte y valiente soy, que.... En fin, digresiones aparte, era el Momento. Cesó el tintineo, ya no inquietante, sino resplandeciente, de la dulce voz de la mujer a la que probablemente acabaría desposando. Agacho la cabeza hacia la ventanilla. Respiro hondo nuevamente. Mis ojos a la altura de los suyos. Melífluas perlas sin par, de gran tamaño me escrutan, o eso creo, o eso quiero creer, esperando las palabras mágicas que la liberen de esa cárcel de cristal. Y yo, con gran denuedo, dejando atrás a mi imberbe corcel, dispuesto a desenvainar la afilada espada de mi osadía, para decirle, no sin la templanza de un avezado cortejador de mi prosapia, aquello que, probablemente hacía tiempo que no oía... ¡Hace mucho que te quiero! - farfullé. Cerré los ojos por un segundo. Cansado, aliviado, satisfecho. No sabía qué me encontraría cuando los abriese. Lo hice lentamente mirando al saliente de la taquilla. Elevando poco a poco la mirada hasta alcanzar sus ojos. La chica, perpleja. Sus ojos, percibí, a punto de estallar en lágrimas. Su rostro, macilento, aterido, efecto de unas inesperadas palabras que la habían punzado. Baja la mirada y extiende su brazo hacia mí. Yo sonrío, como un niño con zapatos nuevos, satisfecho, a punto de recibir el premio a mi coraje. Alargo mi brazo también, nervioso, para alcanzar la mano de pensé jamás soltaría. Noto, por fin, el contacto de una mano pálida, trémula, que toca y me hace a mí también, temblar. De sus labios parecen querer salir unas palabras. Durante tres segundos me las imagino. Me ilusiono con una respuesta: "Hace mucho que esperaba oír esa palabras". Por fin, percibo un sonido sibilante, al tiempo que noto una leve sonrisa en la cara de mi sempiterna Julia. Así debía de llamarse. Estaba convencido, sin saber por qué. Ya venía. Era un sí, sonaba una "s", qué más podría ser.......... "Sala 3" - musitó. Su mano descendió, volviendo a su posición inicial. En la mía, una entrada y unas monedas. Menuda mierda, es la última vez que voy a ese cine. Zorra insensible...

sábado, 14 de marzo de 2009

Bajo el ala aleve del leve abanico...


Y entonces sonó el teléfono. Sollozos entrecortados de una chica a quien no reconoce. Hace memoria. Repasa sus malas acciones recientes. Intenta recordar a quien quiso / quiere o quien pudo en algún momento haberle querido porque sólo alguna de esas personas podría ser quien estuviese al otro lado de la línea. No le vienen muchos nombres a la cabeza. Entre sollozos la chica repite su nombre, por otro lado, poco habitual y, más aún, en aquel país, en aquella ciudad y en esa residencia. En ese momento no se le había pasado por la cabeza que un italiano tocayo suyo vivía pocas puertas más lejos. No sabía qué decir. Sólo entendió unas pocas palabras que le rogaban verle otra vez para poder hablar. Al poco tiempo, se cortó la llamada, y él se dio cuenta de lo que allí pasaba. Pero lo que jamás olvidaría eran esos segundos de desconcierto en que, una vez colgado el teléfono fue consciente de que no sabía qué decir. No recordaba que alguien hubiese llorado jamás por él y se quedó unos minutos pensando que quizás hay pocas actitudes más crueles que desoír las súplicas de cariño de alguien que te quiere. Más tarde se encontraría al destinatario real de la llamada y éste le espetó una fanfarrona risotada de desprecio como orgulloso de que una mujer beba los vientos por él y jactándose a la vez de su actitud de macho castigador. Supuso que lo siguiente sería cachondearse con sus colegas de su firme postura, reacio a dejarse querer por una mujer que no merece su atención. Nunca se había parado a pensar en la facilidad con que la gente, a veces, minimiza los sentimientos ajenos, máxime cuando son ellos mismos quienes los provocan. Era un poco escéptico en relación a aquello de que el tiempo pondría a cada uno en su sitio. Más tarde, otra chica, una de las mejores personas que jamás conocería le contó que todos los chicos a los que había querido le habían engañado. "Los hombres me tratan como a un objeto", le dijo. En otra situación y quizás en boca de otra persona, esa frase quizás le habría provocado risa, pero en ese momento no le hacía gracia que el paradigma de la bondad fuese objeto de cosificación por parte de nadie. "Pero lo bueno es que estas cosas te hacen más fuerte. Ahora soy más fuerte". Él se preguntaba si es necesario pasar por esto, conocer el dolor para ser más fuerte. Suponía que sí porque más veces lo oiría después, pero quería pensar que no tenía por qué ser un requisito. Pero le costaba asimilar eso de que las mejores personas son las víctimas más habituales de estos "malos tratos", es decir, que son los que más generosos los que más hostias reciben. No le parecía justo. Poco después oiría que es el desdén lo que más atrae a algunas personas en el género opuesto. Curioso. También le costaba asimilarlo y no le encontraba el sentido. Que si la vida es muy complicada, que si llegamos a ella sin manual de instrucciones. No sabía si por ahí iban los tiros, pero, poco a poco, el mundo se había empeñado a base de pequeñeces y golpes duros en enseñarle su cara menos amable y borrar esa ingenua sonrisa de niño para quien la vida es un juguete. Una de esas pequeñeces había actuado en él como una premonición, una campana en su cabeza que intentaría sonar cada vez que se hayase en peligro de cometer un error de esos que fácilmente olvida uno de los dos y el otro arrastra con más pena que gloria y maldiciendo no poder odiar a quien una vez amó. Porque él era de los que pensaban que una persona no se enamoraba más de dos veces en su vida, y la segunda pocas veces se daba. Su pequeñez personal había llegado una tarde primaveral, una de esas en la que casi todo el mundo es feliz, de las pocas tardes al año en que aquel país veía el Sol y donde nunca se paró a pensar que quizás éste no sale siempre para todos y en algún sitio puede haber un alma que llora en silencio por un momento que ya no podrá recuperar y una herida que tardará en cicatrizar. Empezaba a pensar que ésas eran las cosas que hacían que con el tiempo, mucha gente acabe diciendo eso de que todos los tíos son unos cerdos y ellas unas putas. Se sonríe pensando en lo simplista de esas frases, porque él no creía en ello. Él era más bien de los que creían que el hombre es bueno por naturaleza y que es el propio hombre quien le pervierte, lo envilece, enseñándole lo fácil que es engañar, cómo saber mentir, copiar sin que te pillen, el gracejo de la picaresca, etcétera. A veces sentía ganas de escupir, pero no sabía dónde ni a quién. Y otras veces, se limitaba a echar vistazos ingenuos escrutando caminos que ni existían, pero creía que estaban por ahí, ocultos en algún sitio, escondidos de la vista de la mayoría, caminos reservados a unos pocos, o no tan pocos, y que soñaba tomar muchas noches, sin saber siquiera a dónde le llevaban. Tampoco le importaba. Porque lo que más le importaba es quien le acompañaría en el trayecto, de quién sería la mano que agarraría. Porque esa camino, estaba convencido, no llevaba a ninguna parte, que era el lugar exacto del que nunca debió salir.

jueves, 12 de marzo de 2009

Sweet 30: "La realidad es aburrida"


A menos de 10 meses para alcanzar la treintena, empiezo a comprender qué significa esta edad. Es la edad en que por fin empiezas a darte cuenta de que tu juventud ya se va yendo y que es ahora cuando debes esforzarte por mantenerte en forma y esos esfuerzos empiezan a costar ya mucho más que antes. Son los últimos años que te quedan para rehacer o incluso reorientar tu vida. El momento de decir aquí estamos y cómo quiero que sea el resto de mi vida. ¿he de comportarme ahora como un adulto? ¿Es la edad ya de dejar de comportarse como un crío? No sé, yo veo a gente como Arrabal dando auténticos recitales, pasados ya los 70. Cierto es que tiene cierta licencia, pero no sé. A estas alturas empiezas a reírte viendo fotos de 10 años atrás, cuando ya eras mayor de edad, y notas cómo ha cambiado la gente e intuyes que algunos peinados han pasado ya de moda. Las pachangas de fútbol empiezan a pasar de un hábito a un castigo para el cuerpo. Empiezas a utilizar el verbo "dosificarse" y a asistir a clases de cosas raras como "spinning" (mi caso) o "aerobic" (nunca mi caso). Empiezas a plantearte cosas raras como ir a correr, algo que siempre has criticado y detestado. Empiezan a dejar de hacerte gracia ciertas cosas, véase, en mi caso, "cruz y raya". Y sobre todo, te cansas, te cansas de muchas cosas que antes soportabas sin darte cuenta y ahora desoyes con gran facilidad. O quizás sea uno de esos que ha madurado y a aquellas cosas a las que antes no hacía ni caso, ahora les prestas atención. A lo mejor eres de esos que piensa que quizás sea bueno escuchar a la gente mayor, antes de que sea demasiado tarde. Y a lo mejor eres de los optimistas que empiezan a valorar el lujo que es vivir cerca del mar. Empieza a dejar de darte vergüenza ir solo al cine. Qué más da, si al fin y al cabo, vas a ver la peli. Eso sí, no dejas de mirar hacia la tercera fila, donde también hay un tipo solo que te lanza una mirada cómplice de soslayo al tiempo que rezas para que no te haga un gesto de complicidad y pretenda sentarse a tu lado. Vale, vale, eso nunca pasa, pero nunca se sabe, he visto hacerse realidad muchas cosas que pensé que sólo existían en mi imaginación. Maldices no tener perro para llevarlo al parque y ver si es cierto eso que dicen. Maldices no conocer a nadie, por el mismo motivo, que tenga un bebé que te puede prestar. Maldices no conocer a nadie. (exageración). No dejas de mirarte al espejo cada mañana y contar tus canas y buscar a ver si aparece algo en tu cara que antes no estaba. Sabes que eso que rodea tu ombligo va a ser difícil que no crezca, más aún que se reduzca y una utopía que desaparezca. Te empieza a dar igual lo que de ti digan, porque das por hecho que todo el mundo te tiene ya calado y que hacer que los demás cambien de opinión, bah, no merece la pena. Asistes, incrédulo, a las vidas paralelas de tus amigos, empiezas a ser consciente que estás en edad casadera, porque algunos empiezan a contraer nupcias e incluso algún locuelo ya ha osado procrear. Peligrosamente, empiezas a sentirte cómodo cuando estás solo. Valoras los paseos, las puestas de sol, que antes pasaban muy rápido y siempre había algo mejor que mirar. Aquellas mariconadas de antaño ahora las ves con otros ojos y a lo mejor ahora ya no te da vergüenza usar palabras como "precioso", "bonito" o decirle a tu chica que hoy está muy guapa sin reírte luego por la chorrada que acabas de soltar. Te das cuenta de toda la mentira que encierra la noche y la aceptas y empiezas a pensar que quizás es un buen momento para emborracharse menos e intentar recordar más. En definitiva, dejar de actuar y ser tú mismo. Porque a lo mejor es ahora cuando a la gente le interesan otras cosas, quiere dejar de escuchar tus tonterías y conocer tu opinión de verdad sobre algunos temas relevantes de la vida....Bah, tonterías. Creo que jamás haré nada de esto. Cuando cumpla la treintena supongo que oiré las mismas que chorradas que cuando tenía 29,28,27..., es decir, que yo tengo una edad, que qué viejo, que bla bla bla. Mi abuela dirá que a ver cuándo me echo novia, lo mismo de siempre. Con 31, que un año más viejo, y con 32, que a ver cuando me caso que esa novia que quizás tenga. Con 33 me dirán que a ver cuando me echo otra novia, porque la anterior me habrá dejado por imbécil y con 35, 36 que a ver cuándo le doy un nieto a madre. O no. Yo qué sé. Supongo que el tiempo acabará poniéndome en mi sitio, pero por ahora, me siento cómodo viviendo en la fantasía, ajeno, en parte, a mi edad. Sí, hacía tiempo que no disfrutaba yendo a la playa, empieza a gustarme Vigo e intento mirar un poco más allá. Intento fijarme más en las cosas, aguantar las miradas y mirar a los ojos cuando me hablan y no hacerlo cuando me besan. Ya, ya, lo sé. Esto es una mariconada, pero pensé que quedaría bien. Supongo que me hago viejo, me emborracho más fácilmente, aunque sigo saliendo todos los fines de semana hasta que tenga algo mejor que hacer. Me gusta soñar, aunque la mayoría de mis sueños sean pesadillas, porque es en esos momentos cuantas más cosas nuevas descubro de mi mismo y otras muchas que aunque no comprendo no dejan de fascinarme. Me gusta imaginar situaciones imposibles, rememorar grandes momentos casi olvidados. Sigo disfrutando viendo caídas tontas en la televisión y cuando alguien se echa un pedo y me sigo riendo cuando enseño el culo. Y me encanta ponerme bigotes postizos, porque, no sé por qué, a mucha gente le hace gracia. Lo reduzco casi todo al divetimento y a la risa, porque creo que mientras te rías un poco cada semana, las cosas no irán tan mal. Sueño con ser "Ed Bloom" en Big Fish y vivir en mi propio mundo, siendo feliz a mi manera. Porque quién sabe, a lo mejor la fantasía te genera más felicidad que tu propia realidad. Porque la realidad es aburrida, como dijo Haruki Murakami.

sábado, 7 de marzo de 2009

Un gesto basta

Era la primera vez en que Lou empezaba a comprender el significado de hacerse viejo. Últimamente le asaltaban imágenes por todas partes que le remitían al pasado. Salía a la calle y veía a gente 10, 15 años más joven que él y, lejos de sentir satisfacción por el corretear de la turba más juvenil, sentía inquietud, ansiedad, la impotencia de no poder volver atrás, la imposibilidad de disponer de una segunda oportunidad, de no poder echar una moneda para reiniciar la partida. Sabía que se hacía viejo porque se arrepentía de su pasado más que ilusionarse por su futuro. Lou era una persona con un importante cúmulo de podredumbres por dentro. Casi toda su envidia era insana y su alegría, mundana. Sabía cuándo tenía que sonreír, qué palabras decir. Se sabía la teoría, pero no la aplicaba. Prefería que la gente le rechazase por sus vilezas que ser aceptado por sus interpretaciones de un correcto ciudadano, del que distaba ser. Estaba cansado de las falsedades que le rodeaban, empezaban a gustarle más las fotos en blanco y negro, el cine mudo y hacía tiempo que aborrecía la poesía. Sabía interpretar el papel de chico encantador, amable, simpático adulador y ocurrente tertuliano, pero la cansaban las naderías que desembocaban en un vacío aterrador que le arrastraban hacia el hastío de la soledad de quien pierde demasiado tiempo en el preludio y en el segundo acto se ve obligado a soltar lastre para estrellarse contra sí mismo en una silla cómoda y bajo un flexo del que emana una luz demasiado tenue.
No era la primera vez que se sentía así y empezaba a temer que, dado a confundir realidad con ficción, se hubiese sumergido voluntariamente en un círculo vicioso en el que se sentía cómodo, alejado de toda realidad social, confortado por lo material, habiendo aceptado, ya, que jamás podría llegar al paroxismo de una felicidad pasada que se desvaneció hacía tiempo y que se habría llevado para siempre el dulce pájaro de la juventud. Empezaba a disfrutar de un parcial estado de ataraxia y egoísmo aderezado con momentos de alegría, arrebatos de felicidad, que sabía surgían por la necesidad de contrastar con su naturaleza abúlica. Algunos días veía con indeferencia imágenes de espanto, de violencia extrema, hambre, desolación, barbarie, imagenes que ya no le insuflaban pena, sino más bien aceptación de un mundo por el que nada podía ni quería hacer y en el que estaba obligado a sobrevivir. Otras veces, en cambio, era capaz de emocionarse por las imágenes más nimias, infantiles, que ya había visto muchas veces y que, incluso habían sido repetidas hasta la saciedad, a base de tópicos manidos, pastiches descarados. Se sorprendía a sí mismo, sintiendo ese extraño sentimiento, mezcla quizás de ternura, dolor y quién sabe qué más, que le punzaba, le hería y le hacía esbozar una leve y pueril sonrisa al mismo tiempo. Por momentos, se sentía fuerte, mostrándose impertérrito ante situaciones en que mucha gente se llevaba las manos a la cabeza. Pensaba que era más fuerte que la mayoría y se congratulaba por ello. Pero luego, si bien la realidad no le punzaba, la fantasía le ponía en su sitio. Se sorprendió a sí mismo cuando, rodeado de los suyos, vio el nuevo anuncio de coca-cola. Esas cosas ya las había visto antes. Le costaba, como dije, separar realidad y ficción, aun a sabiendas de que cierta realidad implícita había en esa imagen. Algo le decía que el anciano no actuaba y que sus ojos reflejaban un sentimiento que no se atrevía a describir, pero que supone que es algo común que sienten los ancianos cuando acarician los dedos de aquellos quienes, jamás le recordarán, pero a quienes quizás puedan transmitir algo en ese segundo en que un bebé puede recibir algo mágico de quien ya ha sido cien veces niño. Y una cosa lleva a la otra, y ese anciano también tocó su mano, la de Lou, y seguro que la de muchos más. Qué fácil es, a veces, enternecer al ser humano. Algo tan simple como tres planos: una del anciano caminando hacia el bebé como un niño, en Navidad, corre a por sus regalos, otro con la cara de quien lo ha vivido todo, al ver a quien queda todo por vivir y de quien sólo emana belleza y alegría, y el definitivo, el nuevo primer plano del hombre al sentir el inocente tacto de la criatura. Seguro que se hizo el silencio en muchos hogares. Seguro que mucha gente se quedó muda a la vez, acostumbrada al bombardeo de imágenes, ruidos, sonidos molestos, palabras y más palabras. Ahora, un gesto, basta. Una mirada. Y por un momento, Lou, pasados esos segundos en que sus defensas se deshicieron como azucarillos, se acomoda, eleva la mirada y recuerda esos momentos, esos gestos, esas miradas y, en seguida, un nuevo ruido interrumpe su fantasía y le devuelve a la realidad. Pero llegado el momento, se tiene que ir a cama, y, como todas las noches, baja la persiana hasta dejar que un poco de luz entre en su cuarto, como la tenue luz del flexo que, por el día le salva de estar a oscuras. Pero esta luz es insuficiente. Esos son los momentos en que Lou, retoma el pasado. Y se agarra a lo inmaterial, lo etéreo. No encuentra la postura adecuada para conciliar el sueño. Extiende el brazo, después la mano e intenta recordar. Qué fácil es recordar palabras y qué complicado revivir sentimientos. Lou no comprendía a la gente. Le aterrorizaba saber que la mayoría de las personas de sorprenden cuando las llamas sin otro motivo que el de preguntarles qué tal están. También cuando gran parte de ellas se echan atrás si pretendes darles un abrazo, sólo desde la comicidad es factible. Recuerda las palabras de su amigo: "Echo de menos coger una mano". Y recuerda las dóciles palabras de su amiga, quizás ingenuas, quizás sólo sinceras: "Los abrazos son guays". Piensa en todo el tiempo que ha perdido y calcula el queda. Agradece el peso de sus párpados para dejar de echar de menos y que la noche, juez de sus tribulaciones, levante la sesión y deje echar a volar su imaginación y que llegue un nuevo día en que pueda retomar las riendas de su realidad. Pero no puede evitarlo, para caer completamente dormido sigue necesitando el poder de la imaginación, del recuerdo que cada vez más le costaba revivir. Vuelve a extender el brazo, tensa los dedos de su brazo derecho y llega a acariciar la cortina. Sus dedos resbalan por la misma y duerme con la sonrisa del ingenuo a quien la fantasía le entregó al sueño. Porque soñar es gratis y Lou, dentro de su tozudez, todavía pensaba que es posible que los sueños, a veces, se hagan realidad.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Un tonto muy tonto

Maldita sea. Ayer viví una experiencia realmente estúpida. Estuve como hora y media jugando a uno de los peores juegos del mundo. Uno de estos de facebook en que manejas un muñeco que va por la habitaciones de un hotel. Al estilo de aquel popular Habbo Hotel. Pues bien, alguien me envió la típica solicitud para entrar en el juego y después de cenar, asqueado de mi primer día como falso opositor, entré en el susodicho juego y cuál fue mi sorpresa, que me encontré a 3 ó 4 camaradas que también, pensaba yo, se hallaban en mi misma situación. Me hacía gracia, en parte, el hecho de hacer el imbécil con mi muñequito y chatear de esta original manera con los co-usuarios del programa. Empecé a escribir breves textos que, acto seguido, aparecían en forma de "bocadillos" sobre la cabeza de mi muñeco. Y me sorprendía el hecho de que mis compañeros, no sólo no me respondieran, sino que su única respuesta eran unos incomprensibles iconos en forma de risa, llanto, enfado, etcétera. Cada cierto tiempo, a alguno de ellos le daba por ejecutar algún extraño baile, a lo cual respondí yo, ora con indiferencia, ora con una leve sonrisa. Otras veces, de forma reitarada, mis compañeros optaban por realizar una acción que parecía ser el lanzamiento de un plato sobre la cabeza de mi hombrecillo. Ni siquiera la primera vez me hizo la más mínima gracia. A pesar de ello, bajo la tenue luz de mi flexo y en la soledad de mi sala de falso estudio, y lo que parecía, a pocos minutos de mi cita con el catre, no sólo respondí a tamaña ignonimia con una acción idéntica, sino que la repetí hasta la saciedad, cientos de veces quizás. En cuanto al intercambio de iconos (véase, sonrisa, cabreo, carcajada, etc) me dije a mí mismo, ¡vaya! no deja de ser romántico el hecho de volver al cine mudo, a expresar con gestos lo que queremos decir, a reinterpretar "WALL-E" a modo de juego virtual, por unos minutos. Sí, un poco infantil, quizás, pero qué demonios, por qué no. Resulta que yo nunca he leído las instrucciones de los juegos. Esa labor siempre ha correspondido a mi hermano, mucho más avezado lector. Intentando al día siguiente, es decir, hoy, comprender las instrucciones del juego, leí un mensaje que decía que puedes interactuar con los usuarios, incluso cuando no estén online. Es decir, estuve cerca de dos horas lanzando objetos a muñecos manejados por "la máquina", como quien dice; regalé ridículos soliloquios a las paredes de un hotel ficticio; flirteé con mujeres no sólo irreales, sino manejadas, también, de forma aleatoria por una máquina, creí mantener conversaciones con gente, pero lo más parecido a la "gente" en ese hotel, era la "ingente" cantidad de soplapolleces con que brindé al servidor, mientras un servidor, esbozaba sonrisas por doquier interpretando, a su manera, las respuestas aleatorias de entes cibernéticas. Curioso, facebook acababa de espetarme un efecto Koulechov en todo el rostro y yo, sin darme cuenta. Sentí unas terribles ganas de echarme a llorar. Miré a todas partes, buscando una soga, una bala, un arma blanca, un martillo, un taladro, un hamster (esto no sé por qué lo buscaba), un cartucho de dinamita, un frasco con dos tibias y una calavera. Nada... Entonces, se hizo el silencio. Reinó la calma y notaba la presencia de alguien más. No podía ser, era mi abuelo. Estoy seguro, era la figura de mi abuelo que había venido a visitarme. Obviamente, poco acostumbrado a apariciones de esta índole, completamente aterido, me eché atrás y noté el tacto de su gélida mano sobre la mía, que trémula, intentaba eludir el contacto de su ancestro. Lejos de sonar como una voz de ultratumba, la entrecortada voz del cándido anciano me susurró de forma nítida, grave, contundente: "Sandro...." ¿Sí abuelo? Contesté yo, atemorizado mientras una pueril lágrima descendía por rugoso valle que formaba mi peluda tez. "Sandro, eres un imbécil".

martes, 3 de febrero de 2009

Roy Orbison - In Dreams

A candy-colored clown they call the sandman
Tiptoes to my room every night
Just to sprinkle stardust and to whisper
Go to sleep. everything is all right.

I close my eyes, then I drift away
Into the magic night. I softly say
A silent prayerlike dreamers do.
Then I fall asleep to dream my dreams of you.

In dreams I walk with you. in dreams I talk to you.
In dreams youre mine. all of the time were together
In dreams, in dreams.

But just before the dawn, I awake and find you gone.
I cant help it, I cant help it, if I cry.
I remember that you said goodbye.

Its too bad that all these things, can only happen in my dreams
Only in dreams in beautiful dreams.

Hey Jude

HEY JUDE, DON´T MAKE IT BAD
TAKE A SAD SONG AND MAKE IT BETTER
REMEMBER TO LET HER INTO YOUR HEART
THEN YOU CAN START TO MAKE IT BETTER

HEY JUDE, DON´T BE AFRAID
YOU WERE MADE TO GO OUT AND GET HER
THE MINUTE YOU LET HER UNDER YOUR SKIN
THE YOU BEGIN TO MAKE IT BETTER

AND ANYTIME YOU FEEL THE PAIN
HEY JUDE REFRAIN
DON´T CARRY THE WORLD UPON YOUR SHOULDERS
FOR WELL YOU KNOW THAT IT´S A FOOL
WHO PLAYS IT COOL
BY MAKING HIS WORLD A LITTLE COLDER
NA NA NA NA NA
NA NA NA NA

HEY JUDE DON´T LET ME DOWN
YOU HAVE FOUND HER, NOW GO AND GET HER
REMEMBER TO LET GET INTO YOUR HEART
THEN YOU CAN START TO MAKE IT BETTER
Letras4U.com » letras traducidas al español

SO LET IT OUT AND LET IT IN
HEY JUDE BEGIN
YOU´RE WAITING FOR SOMEONE TO PERFORM WITH
AND DON´T YOU KNOW THAT IT´S JUST YOU
HEY JUDE, YOU´LL DO
THE MOVEMENT YOU NEED IS ON YOUR SHOULDER
NA NA NA NA NA
NA NA NA NA YEAH

HEY JUDE
HEY JUDE, DON´T MAKE IT BAD
TAKE A SAD SONG AND MAKE IT BETTER
REMEMBER TO LET HER UNDER YOUR SKIN
THEN YOU CAN BEGIN TO MAKE IT BETTER
BETTER, BETTER, BETTER, BETTER, BETTER, OH

viernes, 30 de enero de 2009

El mismo amor, la misma lluvia


Últimamente no dejo de oir día tras día la misma cantinela. Hay pocas conversaciones que aborrezca más que las de índole meteorológico. Todos los veranos oigo que "este calor no lo recuerdo yo igual en mi vida" y todos los inviernos, como éste, llegan a mis oídos constantes quejas sobre el mal tiempo que hace, la incesante y molesta lluvia y el incisivo frío que nos aflige. No sé. A mí no me molesta el frío. Si fuese algo malo, perdón por lo simplista de mi comentario, pero cómo viviría un ciudadano en la estepa rusa. ¿Con una permanente tristeza? ¿Da el buen tiempo la felicidad? ¿O es sólo el hecho de que el mal tiempo nos empuja a recluirnos en nuestra casas y así ver reducidas nuestras posibilidades de socialización? Yo creo que todos los años hace el mismo frío y el mismo calor, pero nos afecta de distinta manera, en función de nuestro humor, de nuestro estado anímico. Un optimista quizás pueda pensar que la lluvia es bella, quizás disfruta viendo las gotas resbalar por la ventana y escuchando el leve golpeteo de las mismas sobre el alféizar. Quizás haya gente que no se asusta por el ulular del viento y lo prefiero al silencio de su soledad. O quizás, simplemente haya gente que disfruta, cuando en medio de la ciudad, en vez de abrirse las aguas para que pase la gente, se invierte el milagro y son las aguas las que espantan a la gente, que escapa temerosa, en vez de disfrutar de, quizás, el único momento en que entran en contacto directo con la naturaleza. No sé. Supongo que sé trata sólo de optimistas, gente que tiene el don de sentir como especial lo aparentemente banal, de ver la belleza de donde otros apartan la mirada. Hay gente que especial, yo conozco a alguno, gente que se ríe cuando por dentro se muere, porque sólo necesita una sonrisa ajena para calmar el dolor propio. Son magos que logran hacer lo que tantas veces vimos en los anuncios de Fairy: con una gota, espantan a todo un océano. A menudo estas personas pasan desapercibidas, pero jamás se olvidan y recurrimos a ellos cuando más fuerte es la tormenta. Les necesitamos cerca, aunque no necesitamos recurrir a ellos porque tienen otro don: huelen el sufrimiento y acuden presto a sacar su chistera y montar el tenderete para hacernos reír otra vez, por lo menos hasta la próxima primavera. ¿Por qué ya nadie chapotea?

lunes, 19 de enero de 2009

My Mauberry Nights


Y entonces se fue... Fue una noche dura. James se sentía como la noche antes de su partida a Varsovia, aquel lejano jueves o viernes de 2004. Tenía que acostarse pronto para madrugar y coger aquel solitario autobús que le llevaría a su ciudad natal. Pasó sus últimas horas en el piso entre copas y risas, para pasar, minutos después, a la soledad de su cama, donde, tristemente, todos sus días acababan y empezaban. La mañana siguiente no fue fácil. Lo más duro de un viaje, para él, eran dos cosas: que nadie te esté esperando en tu destino y tener que hacerlo solo. Acostumbrado a lo primero, le entristecía lo segundo. A eso de los 10:10 AM, se disponía a marcharse, cuando pudo ver que el pequeño señor M se acercaba a despedirse. En ese momento quiso llorar, pero su maldita imagen de tipo duro insensible le puso en su sitio. Sabía que si se despedía con un abrazo se desmoranaría todo ese castillo de hombría que tantos años le costó edificar. Su pétreo corazón mutó en hielo en cuestión de segundos y sospechaba que si tardaba mucho en marcharse comenzaría a derretirse. Se sentía mal. A pesar de saber que hacía lo correcto, sentía una mezcla de confusión, culpa, fracaso y melancolía. Esa puerta iba a cerrarse y tardaría en abrirse. A pesar de la dolorosa situación, el señor M, hacía un esfuerzo por esbozar una sonrisa difícil de interpretar al tiempo que brillaban sus melífluos ojos y su rebelde cabello comenzaba a acariciar su blanca tez. No era el viento, era su lamento que, azotado por el silencio, intentaba averiguar cómo salir del paso de un instante tan corto y lleno de tanto sufrimiento. Se sorprendía a si mismo de su facilidad para marcharse de los sitios. En los últimos 4 años había vivido en cuatro ciudades distintas y siempre se marchó cansado de cada una. Ahora tocaba volver a donde todo empezaba y seguía pensando en cuánto tardaría en cansarse de todo y cambiar de trabajo antes, incluso, de comenzar en el nuevo. Quizás todo fue un error y nunca quiso ir a Madrid. Quizás sólo necesitaba marcharse, cambiar de aires, alejarse un poco. Quizás llevaba años en busca de algo que todavía no había encontrado. Quién sabe, hay quien dice que la gente viaja en busca de algo y vuelve para encontrarlo. Ojalá fuese así. Había oído hablar de lo difícil que era sobrellevar la soledad en una gran urbe, sintiéndote como un pececillo en medio del océano. Pero quizás es mayor la soledad cuando no tienes cerca a la gente que te hace reír, que te acompaña al cine, que comparte pizzas contigo, películas proyectadas, fútbol televisado, visionados de todo tipo de material audiovisual. Veáse lo bueno del asunto: ya no tendría que esforzarse más en dilatar esos breves momentos previos a la marcha del señor M a su catre, entre sandwiches y chocapic, dos hombres en dos sofás y con un mismo corazón. James siempre pensó que su hermano pequeño se habría parecido mucho al señor M. James sentía la necesidad de tener cerca un Picatoste, para mantenerse a flote en el mar.


"Hablarás bien si tu lengua es capaz de entregar el mensaje de tu corazón" (John Ford)

viernes, 16 de enero de 2009

322 días: próxima estación: Vigo


Cuaderno de bitácora: 322 días para el final de la misión. Última noche en Madrid. Comienza la mudanza. Aparición de nuevas canas en la sien. Nuestro protagonista fantasea con parecerse a Richard Gere o George Clooney. Nuestro protagonista no es consciente de su mayor parecido con Chiquetete, Pepe Blanco o el bajo del dúo sacapuntas. El señor X se acerca a la ducha. Previamente se saca la camiseta y tras colocar los brazos en forma de L y de L inversa y tensarlos de forma poco estética, se mira al espejo y esboza una leve sonrisa, para acto seguido mirar orgulloso el poco pelo de su pecho. Orgulloso no de tener poco, sino de tener algo. El señor X se mete en la ducha. Espera a que el agua salga caliente. Fría, caliente. Fría, de nuevo. Caliente. Se mete dentro. Fría de nuevo. Grito poco viril. Caliente otra vez. Relajado, parece que canta...un momento, sí, nuestra base de datos reconoce la letra, que no la melodía de una canción de Nena Daconte. Se asegura de que la ventana está bien cerrada. Sale de la ducha. Ahora, el señor X está convencido de su parecido con Matthew Mcconaughey. Intenta sonreír como él. Fantasea con un sinfín de flashes dirigidos hacia su persona. Vuelva a imitar la postura de forzudo ante el espejo. Ahora se ve más fuerte. Se dirige a su, a partir de mañana, ex-habitación, y se plantea por dónde empezar a recoger. Entonces se sienta en su catre y empieza a recordar tiempos mejores. Flashback....Recuerda la primera vez que besó a una chica. Año 2007: qué tiempos aquellos. Ella era perfecta. No demasiado femenina es cierto, quedó impresionado por su estatura, pues frisaba el metro noventa y tenía la voz más grave que la suya. Aún así, era una mujer de bandera. Se pregunta qué sería aquel extrano bulto que tenía en una zona tan poco usual. En fin, fuera lo que fuese, espera verla de nuevo algún día, aunque esta vez espera no tener que verse obligado a pagar. La noche perfecta: a falta de un beso bajo la lluvia parisina, qué mejor que un flirteo bajo el cielo de Bouzas, snif... Vuelta a la realidad: maletas vacías, ropa sucia, ropa más sucia, ropa limpia que parece sucia, simpáticos insectos intentando llevarse algo a la boca. Madrid.. Flashback: recuerda cuando le robaban la merienda en la Universidad. Maldita zorra... A partir de ese momento dejaron de hablarle alguno de sus mejores amigos. Eso sí, hizo amigos nuevos, sobre todo uno, que actualmente regenta una peluquería en Ourense...Quizás lo conozcan...o quizás no. Esto es todo por hoy. Prometo acenturas más intensas el próximo viernes. Sean buenos e intenten sobrevivir o supervivir, pues ambas están aceptadas por la RAE, creo.